"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

sábado, 26 de abril de 2008

Mariposas don't cry Part II (I do)


Viejas paradas

ir

ausente

ausente

detenerse

(Samuel Beckett)


Ella me enseñó a comer pamplemousses y a imitar el acento londinense.
Ella llegó un día de septiembre con sus gafas de sol y su chaqueta de cuadros tan British y nos perdimos juntas por primera vez (por primera vez ella) en el metro de Lyon. Y, aún así, me quiso. Por mi parte no hay misterio: ella es tan fácil de querer.

Un día comenzó a leer mi blog para probar su español.

- Marta, si escribieras un libro, ¿de qué hablarías? ¿De algo de ficción, de tu vida, de ficción basada en tu vida?

- No sé, mariposa. Prefiero las historias creíbles a las verídicas. I guess I’m always influenced by myself. And now, by you, mariposa.

A Mariposa le gustan las palabras. Sus preferidas en español son “mariposa”, “paloma” y “chiquita”. En francés aún está en train de chercher, y las busca afanosamente.

Me gustaría hablarles de su mano inglesa. Una mano que va explorando entre los viejos periódicos del salón, que colecciona revistas inútiles, que se extiende siempre ante los diarios gratuitos de la mañana y de la tarde, y que rebusca incluso entre los papeles reciclados sólo para rellenar crucigramas, adivinar palabras, juntar las letras.

Y a veces esa mano se mueve rápido, como quien come helado por ansiedad, con el crucigrama a un lado y su diccionario de sinónimos al otro, pero ella sólo busca saciar la sed de letras dejándome un tesoro gráfico bajo su cama.

Déjenme hablarles de una mano protectora que guarda la leche en el frigorífico cada vez que la uso o que me tapa la tarrina de queso de untar que siempre dejo abierta para que no nos estropeemos (ni el queso ni yo).

Una mano que amasa y luego hace en el horno galletas mágicas.

Una mano de niña que quiere ser mamá pero que sigue siendo niña.

Una mano de una persona que huele a lago. No sé si alguna vez han tenido la oportunidad de oler uno, pero si los lagos huelen a algo estoy segura de que huelen a ella. Quizás es el olor de todas las personas frescas, lisas y algo ingenuas. Yo no lo sé porque no he conocido a mucha gente así, pero lo intuyo.

No es muy común que los demás me cambien de color, pero ella lo ha hecho. Ha pasado en pocos meses del amarillo al marrón.

- Marta, dime otra vez de qué color era yo.

- Mariposa, tengo algo que decirte. Has cambiado de color, no suele ocurrirme, pero ahora eres marrón.

- ¿Y qué significa eso?

- No significa nada.

- Tiene que significar algo. ¿Quién más es marrón?

- Mmm… mi padre es marrón.

- Ahh, entonces es que ahora me ves un poco como a alguien de tu familia.

Y sonríe.
Y yo asiento.
Mi familia de Lyon…

Hemos intercambiado ropa, compartido cereales, reciclado vidrio, llorado, reído a carcajadas, hemos gritado, comprado regalos, pasado horas en los probadores, hemos tenido conversaciones que empezaban en francés y seguían en inglés para terminar en español, hemos comprado baguettes, muchas baguettes, nos hemos resfriado y disfrazado, hemos bailado encima de la mesa, hecho fajitas e infinidad de fotos desde el balcón, nos hemos esperado para cenar (casi siempre ella), hemos llegado tarde (casi siempre yo), nos hemos cargado la tele, hemos visto películas españolas en francés con subtítulos en inglés, hemos tomado taxis a casa, pedido pizza, compartido almohada, nos hemos mutuamente maquillado y compartido colores como buenas amigas, hemos tomado apuntes y vino, hecho la compra, decorado la casa por Navidad y por cumpleaños, hemos comprado champagne francés y chocolate belga, nos hemos abrazado casi cada noche, hemos tomado el sol, salido de la Part Dieu con más bolsas de las necesarias, hemos bebido chocolate caliente dentro de una manta, y hemos cogido el metro en la dirección equivocada… pero siempre habíamos regresado a casa.

Y ahora, sí… Europa es una aldea, el mundo es un pañuelo, la globalización, las redes, los vuelos baratos, el ciclo de la vida… también la luna, por qué no, que parece ser que es igual por todos lados…

Pero lo cierto es que chez nous ce n’est plus chez nous.


And that's all. And that's sad.

viernes, 18 de abril de 2008

Piezas antiguas


Relación de perogrulladas:


Pasa porque nunca pasó.
Las puestas de sol no pueden llegar antes de que el sol se ponga.
Hay asteroides más cercanos que tu barrio.
A alguien antes de mí le gustaban los pamplemousses.

Hablamos de una tarde, de ninguna en especial, una tarde con las mismas nubes y el mismo sol de siempre, con las mismas horas de siempre, con las mismas hormigas que se dirigen en la misma dirección al mismo hormiguero de siempre, una tarde cualquiera, a años luz de todo lo que importaba cuando importaba, como si fuese un extraterrestre en un pequeño pueblo de Huelva o un señor con boina paseando por la vía láctea, una tarde, decía, en la que te llega un abrazo que tenías que haber recibido hace mucho tiempo, porque así es Correos, mucho antes de las múltiples reencarnaciones que van ocurriendo en los meses impares, un abrazo que nunca estuviste dispuesto a recibir, un abrazo por siglos rechazado. En una tarde así, de esas excesivamente normales, las lagunas antiguas cobran sentido, y cada color es exactamente del color que tiene que ser, que no es el color aceptado socialmente de forma unánime sino el amarillo para el naranja y el amarillo para el amarillo. Sin presiones, de forma natural, que es la única manera en la que pueden crecer las marcas y los colores genuinos.

Los abrazos no son físicos pero pueden ser reveladores, reveladores de todos y cada uno de los puentes que otros han alzado, de los puentes de madera pequeños e inestables, de los largos puentes de chicle que no puedes cruzar solo, de los puentes que se van deshaciendo a cada salto. Y un abrazo de las antípodas que te haga abrazar de golpe a todos aquellos que hicieron puentes humanos gratuitos cuando una niña (contraria a un chupa chups, es decir, con más pies que cabeza) se afanaba en romperlos con minuciosidad y mimo, sólo crece en lo alto de un baobab, y no es divisable desde todos los ángulos sino que uno tiene que estar cercano a la boa que se traga un elefante. Veo justo citar aquí a El Principito:

“Cada día yo aprendía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida y sobre el viaje. Esto venía suavemente al azar de las reflexiones. "

Si han leído el libro se acordarán fácilmente de cuando El Principito llega al asteroide 325 y comienza a hablar con el rey, y le pide…

“-Me gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...

-Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?

-La culpa sería de usted -le dijo el principito con firmeza.

-Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar -continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.

-¿Entonces mi puesta de sol? -recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez que la había formulado.

-Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.

-¿Y cuándo será eso?

-¡Ejem, ejem! -le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario-, ¡ejem, ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.”

Quiero hablarles de un libro cuya existencia conozco hace apenas unos días. Un libro que casi da sentido a este blog. Las cosas primero pasan y después tienen sentido. A veces tardan años en tener sentido; a veces, hay que esperar menos. El libro se llama, en francés, Pamplemousse y lo escribió Yoko Ono en los años sesenta. Yoko Ono, además y antes de ser la mujer de John Lennon, parece ser que era bastante activa en el mundo del arte contemporáneo. No es fácil explicar de qué va el libro, más bien el contenido se va construyendo en nuestra cabeza mientras leemos. Son textos breves, sencillos, directos, de palabras pequeñas:

MIRROR PIECE

Instead of obtaining a mirror,

obtain a person.

Look into him:

Use different people.

Old, young, fat, small, etc.

En lugar de conseguir un espejo,
consigue una persona.
Mírala:
Utiliza personas diferentes:
Viejas, jóvenes, gordas, pequeñas, etc.

Las piezas del puzzle tardan en encajar, quizá porque no era tan obvio que cada fragmento estaba taaaaan repartido. Pero es agradable saber que se pueden seguir reuniendo piezas en una tarde cualquiera, piezas antiguas, de valor, honestas.

Si alguna persona (alta, chiquita, miope, de Marte o de algún asteroide) que lea esta entrada puede añadir algo más acerca del libro o de su autora le invito a que lo haga. Creo que mis explicaciones han quedado excesivamente vagas.

Intenten esto:

DAWN PIECE

Take the first word that comes across

your mind.

Repeat the word until dawn.

Coged la primera palabra que os venga
a la mente.
Repetidla hasta el amanecer.

Al amanecer me voy a Ámsterdam. Si me entero de algo interesante por allí prometo contarlo a la vuelta.

domingo, 13 de abril de 2008

Perspectivas


El ángulo desde el que se mira no es importante; lo es todo. Si miras la ciudad en uno de sus extremos desde un piso dieciséis corres el riesgo de creer que te la puedes guardar en el bolsillo del pantalón vaquero más ajustado. Hay un problema: si es de noche, la cosa quedaría convertida en una bolita negra con luces amarillas, y cuando tratas de encerrarla en el pantalón las bombillas crujen y se parten en pedacitos. Una de dos: o te quemas o te cortas. O los extremos de Fourvière se te clavan en la pierna.

No me digan que no es fácil querer meterse esto en un bolsillo y sacárselo en los momentos del día que están vacíos de paisajes: en el ascensor cuando todos los vecinos salen a trabajar a la misma hora y te arrinconan contra el espejo, en la cola del supermercado, en la plataforma del metro antes de que éste aparezca arrastrándose como un gusano, en clase de historia de Rusia, en las escaleras mecánicas,…

Si no manejas bien la perspectiva, puedes creerte que a la ciudad no le importa que tengas control sobre ella. Yo creo que no le importa; es más, yo creo que le gusta. Yo creo que yo no manejo bien la perspectiva.

En el piso más alto del segundo bloque de la derecha, donde hay una luz encendida en la terraza, esta noche ha habido una reunión de antiguas compañeras de facultad. La que vive en la casa está a punto de cumplir treinta y tres años y se ha pasado toda la tarde paseando su estrés por el balcón, temerosa de encontrarse con cuatro vidas perfectas paralelas a la suya (salvo por la perfección), o peor aún, con cuatro mujeres sin nada en común con esas compañeras de porros que se saltaban clases en el parque de la Tête d’Or. Hizo la compra antes de las dos, para evitar las aglomeraciones de sábado tarde, quitó del salón el jarrón que le había regalado su madre cuando alquiló el piso y puso en su lugar un póster de un grupo de música de finales de los 90, y escondió todos los DVDs que tuvieran como protas a Hugh Grant, Meg Ryan o Cameron Diaz.

No quería que pensasen que no sabía cocinar, que había dejado de ser moderna o que no tenía pareja.

Decidió que, saliese como saliese la velada, todo acabaría encajando con una enorme tarrina de helado de chocolate con trocitos de galleta. Es muy fácil sumergir con la cuchara los cambios obvios y desagradables de las demás, sacar cremosos recuerdos de color marrón, y masticar luego algunos cotilleos de terceros no presentes.

Llegaron todas juntas, así que la anfitriona comenzó por sentirse absurdamente desplazada. Se sentaron alrededor de la mesa del salón; si se afina bien la vista (y tiene una las lentillas puestas) se puede ver un ramo de flores en el centro. Las flores cambian según la oferta de la semana de la floristería de la esquina, así que mientras yo veía una oferta encima de la mesa las demás veían violetas. Lo es todo, el ángulo desde el que se mira. Ella trató de mirarlas desde todos los ángulos para encontrar en aquellas cuatro desconocidas algún rastro de sus amigas. El esfuerzo casi le impidió probar bocado. Es raro sentir como extrañas a personas con las que antes hacías trinchera frente a las personas extrañas.

Se derritió la esperanza de helado de chocolate:

Al médico de Sophie no le parecía una buena idea que ésta se llenara de dulces en su sexto mes de embarazo, Camille estaba a régimen, Julie tenía problemas de garganta desde que dejó de fumar, y Marion se había convertido en una estricta vegetariana.

Se fueron temprano. Había dejado de ser un problema el problema de que el metro dejase de funcionar a partir de medianoche porque ahora querían regresar a casa antes de medianoche.

El piso quedó como antes, sereno, como se aprecia en la foto.

Luego ella salió a la terraza, se tropezó con una maceta y apoyó los codos en la barandilla mientras las veía alejarse. Quise decirle que, cuando las viejas amigas dejan de comer helado de chocolate, una tiene derecho a quitarle el sustantivo al sintagma “viejas amigas” y quedarse sólo con el adjetivo.

Pero olvidaba que sólo yo la veo a ella. El ángulo, es vital el maldito ángulo. Es imposible manejar bien la perspectiva desde este ángulo.

jueves, 10 de abril de 2008

Apología de la relajación


El rigor es un peligro, cada día estoy más convencida de ello. Después de varios meses en el extranjero, he llegado a una importante conclusión:

Una de las diferencias más esenciales entre los españoles y el resto de Europa no es la paella ni los toros ni las chicas morenas, ni siquiera esa insufrible certeza de que cuando alguien dice a las cinco en Bellecour quiere decir a las cinco y veinte y un poquito más. Para describir la diferencia más fundamental, paradójicamente, me viene a la cabeza una expresión foránea: el “easy going” de los ingleses. Los españoles somos los más “easy-going” del planeta. En nuestro idioma sería algo así como un “aaaahhh, na pasa náaa, hombree”, abriendo mucho la boca en horizontal y aliñando todo con un movimiento de desplazamiento de la mano desde la mitad de la cara hacia fuera.

Veamos un ejemplo práctico, el supuesto de que nuestra maleta pese más kilos de lo permitido para el vuelo:

Aeropuerto de París: “mademoiselle, desolée pero su valise pesa dos quilos trescientos cuarenta y ocho gramos más de lo que permite la ley, ¿desea sacar alguna de sus pertenencias o pasar amablemente por la ventanilla de à côté a desembolsar ocho euros el quilogramo?

Aeropuerto de Sevilla: “ahhhh, niña, llevas un poquillo de sobrepeso (seis quilos), anda, cuidaillo en el avión.”

Otro rasgo, en cierta forma derivado, del “easy-going” del que hablaba antes: el rechazo que sentimos por la palabra NO.

Los españoles, de momento, decimos a todo que sí, y luego ya se verá. Que te invitan a una fiesta el viernes: “sí, sí, claro que voy, me llevo una botella de vino”, que tus compañeros de piso te preguntan que si vas a comer con ellos el viernes a las ocho: “síiii, cenamos juntos, yo pongo el vino”, que unos colegas de la facultad te proponen alquilar una peli para el viernes: “ahh, parfait, vosotros la alquiláis y yo compro vino”. Previamente, durante la semana ya habías dicho que sí a una celebración de cumpleaños, un partido de fútbol nocturno, y la inauguración de una nueva discoteca para extranjeros (todo, claro está, para el mismo viernes). Allí estaremos los españoles, aunque sea en espíritu. Después lo malo es que siempre, en alguna parte, falta vino. Un alemán, un polaco, un suizo, un austríaco, un inglés, incluso un francés te dirán, simplemente, no. Pero quizá nosotros nos creamos poseedores del don de la ubicuidad, o simplemente se trata de la aversión que nos produce la idea de querer privar al resto del mundo de nuestra fantástica presencia.

Si un, pongamos, austriaco, te dice que va a venir a tu casa a las nueve con una amiga es que va a venir a tu casa a las nueve con una amiga. Si un español te dice que va a venir a tu casa a las nueve con una amiga significa que puede venir, que puede no aparecer sin más, o que puede presentarse a las doce de la noche con siete colegas más.
Semos misteriosos.

No hace mucho un amigo alemán me contó algo curioso. Parece ser que, tiempo atrás, los científicos germanos se preguntaron cómo podía ser que, siendo los alemanes los más respetuosos con las leyes del mundo mundial y los que mejor y con más rigurosidad aplican las normas de tráfico, pudieran tener una tasa de accidentes y atropellos muy superior a la de Italia, un país mediterráneo (y, reconozcámoslo, con ciertas similitudes a mi nuestra España) en el que los conductores se pasan por el forro del abrigo las enseñanzas del libro de la autoescuela y, por ende, la mayoría de las señales de peligro, prohibición y límites varios. Después de un tiempo observando obviedades (no sé cuánto les llevó exactamente –no soy alemana-), se dieron cuenta de que, efectivamente, y para mayor sorpresa de las mentes del norte, los italianos se saltaban muchísimos más semáforos. Con un ligero matiz: cuando un italiano llega a un semáforo en verde, mira y, si no viene nada, pasa; si el mismo italiano llega a un semáforo en rojo, mira y, si no viene nadie pasa. Cuando un alemán llega a un semáforo en rojo, se para; si el mismo alemán llega a un semáforo en verde, continúa a la misma velocidad sin detenerse, así esté cruzando la infanta Leonor o Stephen Hawking en silla de ruedas. No es que los alemanes sean más malos que nadie, no. Lo que pasa es que no conciben que las otras personas puedan transgredir las normas, y están convencidos de que el significado de un semáforo en rojo es igual para todo el mundo. Podríamos decir que son demasiado serios, cuadriculados o de mente estrecha, pero de lo que verdaderamente pecan los alemanes es de ser unos optimistas empedernidos que creen en la inmaculada perfección del género humano.

Y, precisamente, eso de que nadie es perfecto es algo de lo que a los españoles no nos hace falta que nos convenzan.

Por eso yo, en aras de un mundo mejor, más tranquilo y más barato (al menos en los aeropuertos) me declaro firme defensora del easy-going, del laisser faire o de cómo cada uno quiera llamarlo. Y si el precio es no estar nunca segura de nada, tampoco es cosa grave: el misterio es una de las cosas más importantes de la planète, hasta un alemán debería poder reconocer eso.




Il est interdit d'interdire. Un ejemplo más de la inutilidad del rigor (en las calles de Viena)

martes, 1 de abril de 2008

Roquefort y chocolate

Porque si es posible comer roquefort con chocolate, también se pueden mezclar una canción de Sabina con un libro de Milan Kundera:


El libro, a pesar de que su autor era checo, fue escrito en francés con el título de L'ignorance, y en él se gastan letras y letras reflexionando sobre una palabra: la nostalgie. Dice, por ejemplo:


Les Tchèques, à côté du mot nostalgie pris du grec, ont pour cette notion leur propre substantif, stek, et leur propre verbe; la phrase d'amour tchèque la plus émouvante: stýská se mi po tobe: j'ai la nostalgie de toi.


Que Kundera me perdone, que voy a intentar traducir:


"Los checos, además de la palabra nostalgia tomada del griego, tienen para este concepto su propio sustantivo: stek, y su propio verbo; la frase de amor checa más emotiva: stýská se mi po tobe: tengo nostalgia de ti".


Plus leur nostalgie est forte, plus elle se vide de souvenirs. (...) Car la nostalgie n'intensifie pas l'activité de la mémoire, elle n'éveille pas de souvenirs, elle se suffit à elle-même, à sa propre émotion, tout absorbée qu'elle est par sa seule souffrance.


"Cuanto más fuerte es su nostalgia, más se vacía de recuerdos. Porque la nostalgia no aumenta la actividad de la memoria, no despierta los recuerdos, se basta a ella misma, a su propia emoción, tan absorta que sólo existe por su propio sufrimiento".


Otro extracto:


Toutes les prévisions se trompent, c'est l'une des rares certitudes qui a été donnée à l'homme. Mais si elles se trompent, elles disent vrai sur ceux qui les énoncent, non pas sur leur avenir mais sur leur temps présent.


"Todas las previsiones se equivocan, esa es una de las pocas certezas que ha sido dada al hombre. Pero si se equivocan, dicen la verdad sobre aquellos que las dicen, no sobre su futuro sino sobre su tiempo presente".


Y no sé por qué todo esto me recuerda a una de mis canciones favoritas de Joaquín Sabina:




http://es.youtube.com/watch?v=tVxLQppfnds


Si alguna vez he dado más de lo que tengo
me han dado algunas veces más de lo que doy,
se me ha olvidado ya el lugar de donde vengo
y puede que no exista el sitio adonde voy.


A las buenas costumbres nunca me he acostumbrado,
del calor de la lumbre del hogar me aburrí,
también en el infierno llueve sobre mojado,
lo sé porque he pasado más de una noche allí.

En busca de las siete llaves del misterio,
siete versos tristes para una canción,
siete crisantemos en el cementerio,
siete negros signos de interrogación.

En tiempos tan oscuros nacen falsos profetas
y muchas golondrinas huyen de la ciudad,
el asesino sabe más de amor que el poeta
y el cielo cada vez está más lejos del mar.

Lo bueno de los años es que curan heridas,
lo malo de los besos es que crean adicción;
ayer quiso matarme la mujer de mi vida,
apretaba el gatillo… cuando se despertó.

Con siete espinas de la flor del adulterio,
siete carreteras delante de mí,
siete crisantemos en el cementerio,
siete veces no, siete veces sí.

Me enamoro de todo, me conformo con nada;
un aroma, un abrazo, un pedazo de pan
y lo que buenamente me den por la Balada
de la Vida Privada… de Fulano de Tal.

Siete crisantemos en el cementerio,
siete despedidas en una estación,
siete crisantemos en el cementerio,
siete cardenales en el corazón.


Termino con otro fragmento del mismo libro:

Si j'étais médecin, j'établirais, sur son cas, ce diagnostic: "Le malade souffre d'une insuffisance de nostalgie."


Que viene a decir algo así como:

"Si yo fuera médico, el diagnóstico de su caso sería: el enfermo sufre de una insuficiencia de nostalgia"

A mí, esta canción de Sabina, siempre me ha parecido nostálgica.





La foto es de Praga, en honor al libro.