"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

jueves, 10 de abril de 2008

Apología de la relajación


El rigor es un peligro, cada día estoy más convencida de ello. Después de varios meses en el extranjero, he llegado a una importante conclusión:

Una de las diferencias más esenciales entre los españoles y el resto de Europa no es la paella ni los toros ni las chicas morenas, ni siquiera esa insufrible certeza de que cuando alguien dice a las cinco en Bellecour quiere decir a las cinco y veinte y un poquito más. Para describir la diferencia más fundamental, paradójicamente, me viene a la cabeza una expresión foránea: el “easy going” de los ingleses. Los españoles somos los más “easy-going” del planeta. En nuestro idioma sería algo así como un “aaaahhh, na pasa náaa, hombree”, abriendo mucho la boca en horizontal y aliñando todo con un movimiento de desplazamiento de la mano desde la mitad de la cara hacia fuera.

Veamos un ejemplo práctico, el supuesto de que nuestra maleta pese más kilos de lo permitido para el vuelo:

Aeropuerto de París: “mademoiselle, desolée pero su valise pesa dos quilos trescientos cuarenta y ocho gramos más de lo que permite la ley, ¿desea sacar alguna de sus pertenencias o pasar amablemente por la ventanilla de à côté a desembolsar ocho euros el quilogramo?

Aeropuerto de Sevilla: “ahhhh, niña, llevas un poquillo de sobrepeso (seis quilos), anda, cuidaillo en el avión.”

Otro rasgo, en cierta forma derivado, del “easy-going” del que hablaba antes: el rechazo que sentimos por la palabra NO.

Los españoles, de momento, decimos a todo que sí, y luego ya se verá. Que te invitan a una fiesta el viernes: “sí, sí, claro que voy, me llevo una botella de vino”, que tus compañeros de piso te preguntan que si vas a comer con ellos el viernes a las ocho: “síiii, cenamos juntos, yo pongo el vino”, que unos colegas de la facultad te proponen alquilar una peli para el viernes: “ahh, parfait, vosotros la alquiláis y yo compro vino”. Previamente, durante la semana ya habías dicho que sí a una celebración de cumpleaños, un partido de fútbol nocturno, y la inauguración de una nueva discoteca para extranjeros (todo, claro está, para el mismo viernes). Allí estaremos los españoles, aunque sea en espíritu. Después lo malo es que siempre, en alguna parte, falta vino. Un alemán, un polaco, un suizo, un austríaco, un inglés, incluso un francés te dirán, simplemente, no. Pero quizá nosotros nos creamos poseedores del don de la ubicuidad, o simplemente se trata de la aversión que nos produce la idea de querer privar al resto del mundo de nuestra fantástica presencia.

Si un, pongamos, austriaco, te dice que va a venir a tu casa a las nueve con una amiga es que va a venir a tu casa a las nueve con una amiga. Si un español te dice que va a venir a tu casa a las nueve con una amiga significa que puede venir, que puede no aparecer sin más, o que puede presentarse a las doce de la noche con siete colegas más.
Semos misteriosos.

No hace mucho un amigo alemán me contó algo curioso. Parece ser que, tiempo atrás, los científicos germanos se preguntaron cómo podía ser que, siendo los alemanes los más respetuosos con las leyes del mundo mundial y los que mejor y con más rigurosidad aplican las normas de tráfico, pudieran tener una tasa de accidentes y atropellos muy superior a la de Italia, un país mediterráneo (y, reconozcámoslo, con ciertas similitudes a mi nuestra España) en el que los conductores se pasan por el forro del abrigo las enseñanzas del libro de la autoescuela y, por ende, la mayoría de las señales de peligro, prohibición y límites varios. Después de un tiempo observando obviedades (no sé cuánto les llevó exactamente –no soy alemana-), se dieron cuenta de que, efectivamente, y para mayor sorpresa de las mentes del norte, los italianos se saltaban muchísimos más semáforos. Con un ligero matiz: cuando un italiano llega a un semáforo en verde, mira y, si no viene nada, pasa; si el mismo italiano llega a un semáforo en rojo, mira y, si no viene nadie pasa. Cuando un alemán llega a un semáforo en rojo, se para; si el mismo alemán llega a un semáforo en verde, continúa a la misma velocidad sin detenerse, así esté cruzando la infanta Leonor o Stephen Hawking en silla de ruedas. No es que los alemanes sean más malos que nadie, no. Lo que pasa es que no conciben que las otras personas puedan transgredir las normas, y están convencidos de que el significado de un semáforo en rojo es igual para todo el mundo. Podríamos decir que son demasiado serios, cuadriculados o de mente estrecha, pero de lo que verdaderamente pecan los alemanes es de ser unos optimistas empedernidos que creen en la inmaculada perfección del género humano.

Y, precisamente, eso de que nadie es perfecto es algo de lo que a los españoles no nos hace falta que nos convenzan.

Por eso yo, en aras de un mundo mejor, más tranquilo y más barato (al menos en los aeropuertos) me declaro firme defensora del easy-going, del laisser faire o de cómo cada uno quiera llamarlo. Y si el precio es no estar nunca segura de nada, tampoco es cosa grave: el misterio es una de las cosas más importantes de la planète, hasta un alemán debería poder reconocer eso.




Il est interdit d'interdire. Un ejemplo más de la inutilidad del rigor (en las calles de Viena)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Primera objeción: esa foto sobra guapa¡¡ ...y la segunda... y no por eso menos importante... que te pica con los alemanes? .... si te plait Marta...

Unknown dijo...

Por el comentario anterior veo que alguien se ha picao ... aunque no tiene acento alemán. ¡Viva la Anarquia ... dentro de un orden claro !

Anónimo dijo...

viva Sevilla Manu y vivan esos días en Lyon que me dieron la oportunidad de conoceross y pasar un buen rato....