"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

martes, 5 de agosto de 2008

Esa niña rubia


Hoy estuve pensando un poco más de la cuenta en Alicia en el País de las Maravillas. No estoy hablando de Lewis Carroll sino de Disney; me refiero a una de las mejores películas de la historia del cine de todos los tiempos del mundo mundial. En algunas épocas la veía muchas veces en una sola vez. Más adelante, la veía una sola vez en distintas veces. Siempre obvié los primeros y los últimos minutos, aquellos en la que se nos descubre (no quiero ni escribirlo) que todo había sido un sueño. Creo que ni Alicia se lo cree. Era y es un marco totalmente innecesario. Lamentaba invariablemente no tener el cabello ni rubio ni liso, y estaba convencida de que el árbol aquel dentro de cuyo tronco se podía flotar por horas tenía que existir en alguna parte.

Me cansa el discurso de que uno tiene aprecio a determinadas cosas porque le enseñaron algo. Está raído y no me lo creo. Hay tantas cosas bonitas inútiles… Pero no es menos cierto que con Alicia en el País de las Maravillas aprendí.

De aquella niña con vestidito azul voy a intuir que no todas las protagonistas tienen que ser princesas (creía que el único requisito imprescindible era ser rubia), y que no tengo que hacerme mayor para que el mundo me haga algo de caso. Voy a aprender que el hallazgo del amor no tiene por qué ser siempre el final feliz de la historia, ni siquiera el final; que voy a preferir siempre los gatos a los perros, que tengo ganas de probar las setas alucinógenas. Con ojos abiertos delante de la pantalla voy a observar que es fascinante comerse una galleta, y que las perlas de las ostras son tan bobas como peces en un acuario (fue en ese momento cuando mi consideración con los habitantes del fondo del mar bajó hasta las profundidades del ídem). Y también comprendí que no hay que tomarse nunca en serio a los mayores.

La lagartija deshollinadora es el único personaje que me transmitía una sensación de desolación, pero me ha servido siempre como modelo para clasificar a determinadas especies del género masculino, a veces ejemplares que desaparecen lastimeramente sin dejar rastro, y del que pocos notan su ausencia.

El conejo es un personaje huido de alguna página de Marcel Proust, y es a la vez un hombre “moderno”, estresado, apurado para coger el metro en el último minuto, pase lo que pase. Por eso cae mal. Alicia, por el contrario, no busca tiempo, sólo quiere saber por qué el conejo no está disfrutando de su no cumpleaños y hasta dónde quiere llegar, en otras palabras, para hacer qué es que quiere ahorrarse el tiempo. Él me hizo pensar que el tiempo que ahorrase pintando las rosas de rojo más rápido que los demás, me gustaría aprovecharlo pintando las rosas despacio, aunque ciertamente no llegase del todo a comprender por qué las verdaderas rosas tienen que ser rojas y no rosas.

Y por mucho que la viese y me supiese de memoria las escenas del jardín o de la oruga porreta, Alicia en el País de las Maravillas me dejaba en la boca un sabor picante y un recuerdo multicolor. Y para mí sigue siendo como aquella tarea que nos mandaban en el colegio en Educación Plástica que consistía en llenar un folio de colores, pintarlo todo con cera negra encima, y luego raspar e ir descubriendo la explosión de rojos, amarillos, verdes, azules, naranjas…con infinita libertad de formas.

El hueco del árbol lo encontré varias veces pero no era de verdad. Sigo buscando.