"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

viernes, 31 de julio de 2009

faut pas trop savoir






They didn't know it was impossible, so they did it

Como no sabían que era imposible, lo hicieron

Mark Twain






M.C. Escher: Belvedere (1958)

jueves, 30 de julio de 2009

Les Feuilles Mortes

El escenario se llena de sombra negra que no es oscuridad sino ignorancia de luz.

Las luciérnagas intentan hacerse notar pero se olvidan de mover las alas.

De pie, en la escena de un antiguo teatro romano, desliza un saxofón que viene del caribe.

Sus labios acarician el metal y lo sabe. Que cualquier pequeño suspiro se convertirá en huracán para los cientos de oídos que se clavan en él. Abre sus pulmones, se llena del aire seco de la noche y piensa en su mamá cocinando plátanos calientes. Sabe que tiene un auditorio, y que no puede soplar desvaídamente, sino convertir en melodía cada partícula de aire que se aloja en las paredes de su estómago.

Un auditorio que no sólo abre bien las orejas sino que sobre todo lee en sus manos, le investiga su pecho, le escudriña los ojos y esta dispuesto a soltar amarras y dejar caer un par de lágrimas por menos de una hoja bailando.

Las columnas de mármol se vuelven pacientes. Todo lo demás es mentira.

Qué suerte que le escuchen antes de comenzar a soplar. Qué suerte enorme.

Y entonces, sentada en las gradas de piedra ahogando una sonrisa por ellos, por los que confunden progresismo con un patetismo qui n’est plus comique, se me ocurre que la Humanidad, al fin y al cabo, es capaz de tocar el saxofón.

Yo no soy capaz. Y le escribo a una luciérnaga que no conozco y que no tiene auditorio.

Allí donde algún actor romano de alguna tragedia griega aguardaba su momento de gloria (los momentos que se aguardan se espera que sean gloriosos) antes de recorrer el pasillo de piedra, vi una luciérnaga y pensé en ella, y luego en ellos, en los cómicos, en los que tienen de su parte a los muros, que les devuelven siempre lo que quieren escuchar: un eco de sí mismos. Una tragedia griega en un anfiteatro romano. Qué mala suerte para la luciérnaga.



A la parte alta de las gradas llegó mejor. El negro cubano me sorprendió lanzando al aire un puñado de hojas muertas, Les Feuilles mortes de una noche de verano al saxofón.

Y sentí que la luciérnaga que no conozco se merecía aquellas notas tanto como yo, unas notas que seguramente habrá escuchado antes, como yo. Vivement la mirada rizada de la izquierda.


Allí donde solía situarse el coro debería haber estado ella


“En las noches cálidas, es posible ver a las luciérnagas hembras iluminarse para atraer a los machos que sobrevuelan. Si se sienten amenazadas, desactivan la luz. Generan luz mediante un órgano especial situado bajo la cutícula (ectodérmico), situado en la parte inferior del abdomen, en intervalos de 6 a 8 segundos. Esta luz se produce por un proceso de oxidación de la luciferina en presencia de la enzima luciferasa, que ocurre muy rápidamente. Este proceso recibe el nombre de bioluminiscencia y emite una luz brillante con poca elevación de la temperatura. Algunas especies emiten la luz con esquemas definidos de variación en los intervalos y el número de destellos”.

Santa wikipedia: en las noches cálidas, es posible ver a las luciérnagas hembras iluminarse para atraer a los machos que sobrevuelan. Si se sienten amenazadas, desactivan la luz.


Así que, al fin y al cabo, las luciérnagas tienen su propia luz, aunque por periodos prefieran ocultarla. Entonces son ellos, los cómicos pasados de rosca, los que más necesiten un puñado de hojas muertas para poder seguir, porque ignoran la luz y hace ya tanto tiempo que comenzaron a comprar bombillas en el supermercado para alumbrarse. Lástima por ellos. Pena en los dos sentidos que tiene la palabra, en el español de España y en el de Latinoamérica.

Que la luciérnaga que no conozco me perdone. Ojala hubiera podido enviarle un puñado de feuilles mortes.


Vivement esa mirada rizada de la izquierda


La petite fille aux feuilles mortes (Edouard Boubat)