"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

viernes, 3 de diciembre de 2010

Pero

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Y, además, cruzo los brazos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Diario

Cualquiera diría que Jules Renard me estaba adelantadamente leyendo el pensamiento:



"Hay momentos en que la vida abusa; el arte debe guardarse de toda exageración.

Nubes: como si tuviéramos sobre la cabeza un mar furioso.
Nubes pálidas, casi blancas, que se destacan de la negrura y parecen el humo de los truenos.

El horizonte se encoge. Los prados verdes, de un verde bilioso que hace daño a los ojos y al corazón. Tranquilidad al crepúsculo, e incluso jirones de azul.
Se ven algunos que acuden a la llamada de la tormenta, atraídas a su centro.
Allá abajo se libra la batalla.
Una región relativamente tranquila, donde se agrupan tropas frescas de nubes.
Ni una gota de lluvia sobre mi cabeza; a cierta distancia, árboles ahogados por la lluvia.
Es el cuerpo a cuerpo. Lo anuncia un cañonazo. Bramar de granizo.
Fondos rojos, cóleras azules, rabias amarillas, y este continuo guiñar los ojos.
Un combate de nubes, algunas vuelven como heridas, vacías.
Las pequeñas escapan, luego regresan. De otro confín acude un ejército de lluvia, numeroso y denso. 
Y todo es tan impresionante que el cuaderno se cierra sobre el lápiz.
Al anochecer, las nubes volvieron de la batalla, cojeando, desangrándose, las unas a toda prisa, las otras apenas arrastrándose.
Allí, en el horizonte, el sol daba vueltas como una rueda de carro perdida, sobre el agua ensangrentada.
La orilla desborda, y los bueyes, inquietos, atraviesan el mar."

martes, 26 de octubre de 2010

Razones para no escuchar música

Música. Me dicen que vuelva con una frase y a mí lo único que se me ocurre es “música”. Pero qué irónica sorpresa. La música: eso que hay que evitar oír. O, al menos, que hay que manejar con precaución, con mucha precaución. Porque o es frágil, o pincha, o suena mucho, o no suena a nada.

En una ocasión, un rubio aficionado a las bicis (todo lo contrario a mí) me dijo: “La música, ahhh, la música… La música, tía, es lo que siempre está ahí. Tus grupos favoritos, tía, los cantantes que siempre te han acompañado, tía, ellos siempre estarán ahí. Cuando todo lo demás falle, cuando todo a tu alrededor se desmorone, tía, la música que te hace vibrar estará ahí esperándote (tía).” Durante cinco segundos estuve de acuerdo con él.

Si esta mañana hubiese estado escuchando música, comme d’habitude, cuando la flor de la ducha golpeó mi cabeza, todo habría sido mucho más confuso, y de seguro habría estropeado para siempre “Soma” de los Strokes, en el futuro probablemente asociada a una situación de patosa indefensión. Si, en el momento de abrir la pequeña ventana de mi ídem habitación, hubiera estado escuchando algo de mi Ale (sólo por probar si funcionaba lo que aseguraba el rubio de más arriba) me habría perdido el maravilloso acontecimiento de hoy, a saber: el trascendental paso en la vida de la niñita del segundo, cuya ventana de la cocina también da al patio, y que en este martes, por fin, ha decidido dar un respiro a su papá y beberse diligentemente su colacao, sin rechistar y haciendo creer a sus ingenuos vecinos que mañana no volverá a llorar. Si, al subirme a mi autobús verde, hubiera ido escuchando “Step Into My Office, Baby” no habría oído al conductor preguntarme por qué no vine ni un solo día de la semana pasada, yo no habría podido contestarle, él me habría tomado por una maleducada y nunca más habría vuelto a acceder a mi petición de bajarporfavorunpoquillolacalefacciónquemeahogoenestehorno. Si, más tarde, hubiera preferido escuchar a Kurt diciéndome “My girl, my girl, don’t lie to me” en lugar de prestar atención a mi compañera de viaje, no habría podido saber que el horóscopo de hoy me recomendaba cautela en mis palabras y, por tanto, quién sabe qué sarta de sandeces habrían salido de mi boca en este día (ni más ni menos, la sarta de sandeces que merecían salir de mi boca en este día). Si luego, en el metro, hubiera tenido “You and your heart” en los auriculares, no habría podido escuchar cómo un chico barbudo le contaba a una bonita pelirroja (sin duda, para impresionar) que ha comenzado una exposición de Renoir en no sé qué museo , yo no habría podido anotar mentalmente mirar en internet los horarios, no habría podido dejarlo para más tarde hasta que se acabara la muestra, y no habría podido conservar en mi memoria “aquella exposición que no recuerdo bien si visité o no, quizás sí, ah sí ya me acuerdo, creo que me gustó”. Si, al fin, al caer la tarde en mi salón, hubiera estado escuchando “Cry to me”, no habría podido darme cuenta de lo mucho que añoraba escribir en este blog, y mi humor estaría a la altura del día de hoy: gris tirando a negro, a pesar de que hoy sea martes y marrón.

El silencio, aunque a algunos bichos que conozco les ponga nervioso, qué bien suena…

Y diré algo, puesto que la libertad de expresión existe (en mi blog, claro): los músicos no saben escribir. Es más, los músicos escriben horrorosamente mal. Dicho esto, intuyo que no faltarán personas ansiosas de corroborar que yo canto peor. Muchísimo peor. Les invito a que escuchen esta canción:

http://www.youtube.com/watch?v=dYlAwvz8uwc

Pero no hagan nada más, por favor, sobre todo no se duchen, sólo escuchen, sin más. Porque si un amplificador (sin válvulas) se une a un pedal (boutique) para conectarlo a una guitarra (Fender) con pastillas (humbucker) y acompañar a un micrófono (cardioide) mientras se usa un cabezal (con twitters) y se mezcla todo con una consola de 24 (canales) para acabar editando con Pro Tools (HD), entonces se deja de escuchar música y, así, convendrán conmigo en que es preferible el silencio, sobre todo aquél que pone nerviosos a ciertos bichos feos.

miércoles, 7 de abril de 2010

Nube

Era un terrón de azúcar entre los dedos del pie, almíbar en las raíces, el sueño más empalagoso que nunca nadie soñó soñar. Pero es que así era.

Nube era bella. Sus pestañas servían de reposo a las cigüeñas, sus mejillas eran pegajosas y su voz de color amarillo claro tirando a celeste.

Ella nunca sabría que guardaba un trébol en su ombligo, ni que las hormigas dormían apacibles con sólo sentir su presencia.

Sí, podría haberlo sabido, sobre todo porque sus alas eran de terciopelo blanco, expresamente traído del otro lado del planeta y, cuando él regaba su jardín, podía verse el arcoiris en sus rodillas.

Pero las semillas que vivían en sus cabellos supieron que nunca verían el sol, ni siquiera una vela. Y los hoyuelos de sus codos se enteraron de que no podrían lucir de morado, ni de naranja, ni de rojo... ni de color berenjena.

Los duendes del bosque han hecho una contra-fiesta y se derraman lágrimas unos a otros para aliviarse del calor (los duendes no tienen glándulas sudoríparas) porque es agosto y los señores del pueblo talaron todos los árboles y el sol lanza rayos implacables, y este año no están seguros de que venga alguna pequeña nube a darles un pequeño respiro.

Y yo no sé qué decirles, porque no puedo asegurarles de que el reciente cambio de hora no haya afectado a las horas. Y el tiempo nunca ha retrocedido de forma inexorable.
Y porque ya lo saben, ellos ya lo saben: que el poderoso sol a veces echa en falta alguna nube.