"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

miércoles, 29 de junio de 2011

lunes, 27 de junio de 2011

Saber jugar


“Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad,
de repente se nos arroja al mundo;
cien mil olas nos envuelven,
todo nos seduce, muchas cosas nos atraen,
otras muchas nos enojan y, de hora en hora,
titubea un ligero sentimiento de inquietud;
sentimos y lo que sentimos
lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo”
(Goethe)




martes, 21 de junio de 2011

Esto no es...

No es un adiós. Aunque lo parezca, bella, aunque lleve semanas despidiéndose de ti en un acuerdo secreto del que sólo tú y el asfalto os habéis dado cuenta. No es un adiós.


No es una espía. Aunque le diga a los otros lo que quieren oír, y eso coincida con lo que tú le contaste, no es una espía.


No es una certeza. Aunque se lo dijera anoche al espejo del cuarto de baño mientras se cepillaba los dientes, en el  momento en el que se encontró súbitamente guapa (más que de costumbre). No era una certeza.


No es un viejo. Aunque sus manos tiemblen al buscar la llave que olvidó en la puerta, y repita que antes, mucho antes, las cosas eran más difíciles, pero más bellas. Él no es un viejo.


No es un error. Aunque durante tres segundos quedaras paralizada al darte cuenta de que te habías equivocado de cepillo de dientes, dudando sobre si debías parar o continuar cepillándolos, para finalmente inclinarte por esto último. No fue un error.


No es una mancha. Aunque ambos sintierais salir el líquido y derramarse sobre el tejado y, más tarde, sobre el tejido, entrelazando vuestros sueños. No es una mancha.


No es una decisión. Aunque se diera cuenta de que, en el fondo, ya estaba tomada. Y de que algún día debería dejar de considerar las decisiones como un agrio suplicio y empezar a tomarlas como el bocado dulce que son, pues al fin y al cabo no constituyen más que una prueba viva de su libertad. No es una decisión (es otra cosa).


No es lluvia. Aunque al quedarte fuera, sin techo, sin paraguas, sin tejados, sin balcones, sin él, sin chubasquero, sin su gorro prestado te mojaras. Sabes que eso no es lluvia.


No es un final. Aunque tu urraca quiera despedirse de ti, aunque te pares a ver series que no tienes ganas de ver, y aunque sueñes con melones y guitarras, escobas y fotografías… y con coches de fórmula uno. No es un final; es un principio… de un cuento, de una novela, de un poema, de una carta, de la lista de la compra, de lo que quieras… Es un principio. 



lunes, 13 de junio de 2011

De curas neozelandeses casados


Si usted quiere hacer una ensalada porque, por ejemplo, las tuberías de su termo hayan decidido explotar lanzando, à droite et à gauche, borbotones de agua caliente, a lo volcán islandés, hasta inundar la cocina y, con ella, esa placa de cristal en la que se hace de comer, además de todos los enchufes gastronómicos que existen en esta estupieléctrica sociedad en la que (sobre)vivimos; si usted, decía, quiere hacer una ensalada porque, además de que se acerca el verano (nadie lo diría), no le queda otro remedio, entonces, seguramente, usted se dará cuenta de que le faltan tomates. 

Y, ¿qué hace uno cuando se ve en la necesidad de comer tomates? De forma habitual, se va a la frutería, al supermercado o a la plaza (ese lugar al que ya pueden acceder diariamente 5 millones de personas en España). Otras veces, si estás en un pueblo simpático, te los regalan (¡horror!). Yo, sin embargo, preferiría ir a buscarlos a un campo vallado y, si es posible, a un campo en el que no haya tomates; y, si es posible, a un campo al que haya que llegar atravesando un río (sin puentes); y, si es posible, a un río que tenga pirañas; y, si es posible, que haya un perro furioso al lado de la tomatera; y, el placer máximo, que exista un 50% de posibilidades de que los tomates tengan e.coli, aunque sólo sea un poquito. Y, por supuesto, lo ideal es hacerlo especialmente cuando no sea época de tomates.

A veces me da por pensar que el sabor de esos tomates supera al de cualquier otro lugar del globo. El resto de las personas cree que lo pienso siempre. A veces, las personas más estúpidas hacen gala de una lógica aplastante. A veces, las personas más ilógicas pueden llegar a parecer estúpidas. No lo son. De todas formas, je ne suis pas toujours de mon avis, como diría aquel (no siempre soy de mi opinión).
Antes pensaba que aún era posible; ahora tengo la certeza de que no puedo ir a fruterías. 

Aunque a veces suceda que, en mitad de la acera, un olor te paralice…un olor a tomates tiernos, a tomates prometedoramente nostálgicos, a tomates hermosos y desincronizados... Si eso sucediera, se sale rápido de la ciudad -si no se sabe cómo, o si no hay medio de hacerlo, mejor-  y se trata de coger un tomate desde una montaña rusa mientras llueve. Delicioso… ou pas. Siempre queda volver a la acera y tratar de recuperar el olor… el olor reconfortante a piso al que sólo se puede llegar de noche en ascensor.

miércoles, 8 de junio de 2011

Lecciones de puntuación

Ella le despidió con puntos suspensivos.
Él pensó que era una coma.
El punto llegó pronto para ambos,
tan pronto como él vio la nueva frase,
que ella había escrito en el cuaderno
del nº2,
sin un solo signo de interrogación.
La pregunta de si era punto
y seguido no era planteable;
ambos habían gastado ya
la única exclamación posible.

martes, 7 de junio de 2011

Como en las guerras, no se sabe quién ganó...

- ¿Recuerdas aquel verano? -dijo él.

Ella mojaba galletas como quien sumerge recuerdos, que vuelven a salir a la superficie, sí, pero más blandos, deformados, más fáciles de tragar, aunque infinitamente menos apetecibles: -Mmmsí.

-Yo tenía sueño, y tú calor.

En la ola de leche con mijagas la vio: esa ola de calor que no sólo invadió la ciudad, sino también el periódico, el río, su esquina (la de él), su sábana (la de ella) y mis oídos.

-Y también a mí, a ti y a ella- eso lo dijo en voz alta.

- ¿Decías? -dijo él.

- Sensateces desincronizadas.

- ¿Decías? -repitió -y eso que él nunca repetía.

- Que añoro aquello que logró encender las farolas.

- ¿Decías? -volvió a decir, irreconocible.

- Que ahora tengo que irme, porque aún no he logrado ver bien de qué color es la luna, y ya sabes lo importante que son los colores. Antes no sabía que las ortigas picaban. Quizá en una de estas tardes que nos encontremos, acaso en la última, yo ya habré visto el color de la luna, y quizás, sólo quizás, a ti aún te quede algún ramo... de otra cosa.

- Eres abrazable- dijo él, mientras pensaba realmente otra cosa.

- "Eres abrazable", pensó ella, y dijo: -Ahora tengo que irme.

Desafortunadamente, nunca tuvieron relojes.