"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

viernes, 27 de mayo de 2011

Siento el retraso. Estaba ocupada buscando el negro


No se puede encerrar en sábanas blancas; más bien en los pliegues, en las arrugas, en las manchas de después (como si pudieran existir manchas de antes). Se ve mucho mejor en las bóvedas, en la oscuridad que aplasta y que ayuda a dormir bien. Medio de transporte de ese polvito que nos espía, ese que se llena de ideas, de lágrimas, de risas y de histerias, simplemente por estar ahí, revoloteándonos. Pero no es habitual ver el polvito. A diferencia de a él, al que sí que distingues; siempre, claro está, que se den las oportunas circunstancias como… un hueco en un árbol. ¿Qué árbol? Sí, en Madrid también hay árboles. No son nada bucólicos, es cierto, pero nos permiten verlo. Sobre todo si tienen grietas.

También se ve en las alcantarillas, en el cuarto de la basura, en el interior de las catedrales y, a veces, en el metro. Siempre se está riendo. No siempre provoca la risa, es verdad. Ni siquiera la sonrisa. Pero ¿no basta con que haya algo que siempre se esté riendo? He llegado a verlo en los lugares más insospechados: en el fondo del mar, cuando la sal me deja abrir los ojos; en la carretilla de un albañil; entre las teclas de mi ordenador; en una cuna dormida.

Una vez lo vi en una tubería. Una muy vieja, muy vieja, que debía hacer fluir un agua gran reserva. Lo he visto en los baños del tren e incluso, de manera bastante insolente, en una de esas bolas de agua con nieve.

La mejor de todas fue cuando la vi en una mejilla por la que ya habrían pasado seguro más de cien. Una mejilla en donde se daban las apropiadas oscuras circunstancias para poder capturarlo. Feliz, como siempre.

La insolación de una pulga. Nítido, claro, como en las tardes de siesta.

Y, cuando por fin lo ves… ¿Cómo apartar la vista?, ¿cómo pensar en otra cosa, descifrar números, meses, líneas, curvas… o siquiera colores? Porque él no tiene color. Es su razón de ser. Y me dice: “sígueme con tu retina, no con tu pestaña; trata de ver mi extremo, pero sólo uno … el otro no existe”. Y yo, que quiero seguir imaginando cosas, imaginando casas, imaginando casos, imaginando quesos.

Quiero hablarles de la imposibilidad de distinguirle –a él, al rayito de luz- si no es sobre un fondo negro como una fresa. Y lo mejor de todo es que su única virtud consiste, precisamente, en ser.

Rectifico: no se puede encerrar. De todos modos, ¿para qué? Al fin y al cabo, es.