"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

sábado, 16 de julio de 2011

Passer à autre chose


"A uno le sobreviene la necesidad perentoria de ponerse en marcha.
Y lo que es más: de ponerse en marcha en una determinada dirección. 
La necesidad, pues, es doble: la de viajar y la de resolver adónde.
¿Por qué no podrá uno quedarse sentado en donde está?"

(D.H. Lawrence, Cerdeña y el mar)

lunes, 4 de julio de 2011

Paseo del Prado


P. daba volteretas junto a la ventana. El parte meteorológico ha anunciado que Madrid, una de las ciudades más reales por las que ha pasado, estará varios días envuelta en una neblina como de sueño. Si saber cómo ha pasado, es cierto que ha pasado (por ella), y no sabe qué ha pasado. Por qué hay ciudades más de mentira, e incluso ciudades que no existen, con un aspecto más real que Madrid, eso seguirá  siendo un misterio. Ciudades de semanas o de días, o incluso ciudades que nunca han nacido podrían ser más reales que esa ciudad tan real y tan disparatada y tan de colores y tan de escenarios. Porque Madrid, para P., es, sobre todo, escenario. Un puro escenario de estaciones, de cafés y de plazas, pero sobre todo de estaciones. Y sobre todo de plazas.


Madrid ha sostenido grandes escenas sin resbalarse, sin doblarse ni un poquito. Escenas terribles, fuertes, gigantes; escenas ruidosas y apresuradas; escenas asfixiantes, demoledoras, moradas. Escenas firmes, naranjas y genuinas. Y escenas suaves, frágiles y celestes; escenas tímidas y dóciles de chocolate, escenas muy creíblemente sorprendentes, decoradas con luces, papel maché y nocturnas bambalinas, como en el mayor escenario de teatro que jamás P. había soñado.   P., que daba volteretas junto a su ventana y se reía, y se reía porque, cómo, porque no sabía cómo había pasado que había sido durante un rato protagonista en un escenario tan onírico e hiperralista como Madrid. En una ciudad que posee una gran estación con goteras y taxis borrosos, y paseos del prado sin rumbo con cambios de sentido bajo chaparrones rápidos… Y el enorme oso de P., el oso que la espera en el camino para darle una bofetada y un abrazo, y llevarla a tomar un café entre sus brazos de oso, y salvarla así del segundo acto. Y, como por arte de magia, un Paseo del Prado nítido y con rumbo. Un sacacorchos repetido no es demasiado para un oso tan grande, no lo es. Pero P. sabe que el oso ha saltado del escenario y se ha metido en la novela.


P. se ha dicho a sí misma que siempre que necesite obras de teatro volverá. De momento cree que, por una vez, preferirá dedicarse a cosas más calmadas, como, por ejemplo, ser personaje de una novela, y a seguir dando volteretas junto a la ventana.


De todos modos, P. también sabe que un día tendrá que ir a la estación de Atocha, a ese rincón en concreto, y no levantarse de allí hasta que no escriba una obra de teatro. No sería, de todos modos, la primera vez que pasara la noche en una estación, aunque esa otra estación estuviera a miles de kilómetros de distancia.


-          - ¿Kilómetros de distancia de dónde?


-         -  A miles de kilómetros de distancia.


De P.

viernes, 1 de julio de 2011

Mudanzas

Mudanza: palabra del mes que comienza. Al menos tres importantes mudanzas convergen y vuelan a mi alrededor. Seis manos (o lamentablemente más) a la vez van a empaquetar libros y tazas y se van a encontrar con el mismo e irresoluble problema: ¿Qué hacer con el cepillo de dientes casi recién comprado? Por definición, el simpático y simbólico útil de higiene dental no es algo que uno se plantee llevar consigo en una mudanza, pero siempre te hace, al menos por un segundo, reflexionar, verbo poco aconsejable cuando se trata de cambiar algo –o alguien- de lugar. Cada una de estos tres desplazamientos tiene distancias y motivos diferentes. Uno es feliz; otro, traumático; el tercero, confuso. Y en los tres me hallo muy espiralmente envuelta. El mes de julio ha venido con grandes dosis de un inquietante sentido del humor. Divertido, cierto, pero también terrorífico, como la anciana vestida de negro que lleva días entrando por mi ventana y sentándose a los pies de mi cama. Desconcertante, como la largamenteextraviadaextensa carta que se ha colado este mes en mi buzón (“La carta que aguardamos con más impaciencia es la que nunca llega. No hacemos otra cosa en nuestra vida que esperarla. Y no nos llega, no porque se haya extraviado o destruido, sino sencillamente porque nunca fue escrita”). Nostálgico, como toda mudanza que no acabe en cajas de comida china por el suelo. Y, cuando un mes, no sólo antes de acabar, sino incluso antes de comenzar, se pone la careta de la nostalgia, únicamente queda dar de comer a los gorriones. Eso, y tomar a la vez un trago y una razonada decisión acerca del cepillo de dientes.

Asimilando cada uno de estas tres mudanzas con una de las múltiples acepciones de la RAE para esta palabra, la mudanza traumática (inconstancia o variedad de los afectos o de los dictámenes) la siento tanto como si fuera mía y, además, lo siento; la mudanza feliz (cierto número de movimientos que se hacen a compás en los bailes y danzas) la siento tanto tanto que casi me pertenece; la mudanza confusa será, simplemente, el  cambio convencional del nombre de las notas en el solfeo antiguo, para poder representar el si cuando aún no tenía nombre.

Todo esto se resume en un rollo de camisetas, febreros, diccionarios, almohadas, marcos de foto, esquinas, peluches, calendarios, abriles, faldas, postales, teteras, noviembres, relojes, sábanas, bolas de nieve, rincones, alféizares, cuadros, collares, cuadernos, eneros, zapatos, bombillas, plantas, trozos de fotos, trozos de tiempo, amaneceres, calcetines, colchones, ventiladores, viernes, intrusasquevienendespaña, furgonetas, despertadores, galletas palencianas, vino de burdeos, revistas de música, libros, camiones, búhos, teclados, domingos, notas de despedida, cafeteras, cafés de Van Gogh, flores, espejos, flores?, sombreros, bolsos, cajas, bolsos, cajas, bolsos, cajas, cajas y cajas. Y tres ciudades, tres, que se saben abandonadas. Y tres ciudades –o cuatro o cinco o seis- que se saben, de momento, reinvadidas. 

Espirales de casualidades leyendo a Stefan Zweig, quien se mudó mucho mucho mucho: “Y es que el sentimiento de provisionalidad presidió misteriosamente mi vida hasta la Guerra Mundial. En cuanto empezaba algo, me convencía a mí mismo de que no era lo auténtico, lo acertado…”.  Pero él era siempre prota en sus propias mudanzas. Estas tres, sin embargo,  son diferentes entre ellas, muy diferentes, extremadamente diferentes... y con un único nexo de unión, aunque ellas no tengan ni idea.