"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

lunes, 31 de diciembre de 2007

Año Viejo

Feliz Año Nuevo, Bonne Année, Happy New Year, Frohes Neues Jahr, Felice anno nuovo, Šťastný Nový rok, Gott nytt år, Feliz Ano Novo, Sanat Yadid Saidun, Καλή Χρονιά,...





Berna Wang:



De aquí a un año
pueden pasar tantas cosas:


Que encontremos el amor de nuestra vida,
que lo perdamos (acaso una vez más),
que descubramos que, con todo,
no nos hacía tanta falta.


De aquí a un año
pasarán tantas cosas:
Que las pesadillas dejarán de serlo de pronto
que nos asustarán pesadillas nuevas,
que descubriremos que, con todo, es nuestro miedo (y no las pesadillas).


De aquí a un año es tanto tiempo.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Puentes de... a...

- ¿Cómo echar de menos una ciudad en la que nunca has estado?
- Eso es porque las ciudades no existen.
- ¿Cómo echar de menos algo que no existe?
- Basta con cerrar bien los oídos y apretar fuerte los párpados.
- No digo que cómo se hace. Eso ya lo sé. Digo que por qué ocurre.
- Siempre estás preguntando el porqué.
- ¿Sabes cómo se dice en francés "para siempre"?
- Siempre haces la pregunta equivocada.
- "À jamais".
-...
- ¿Nunca has arrojado al río una piedra y has corrido hacia el otro lado del puente esperando que la corriente te la devuelva? ¿Cuántas veces pasa?
- ¿Cuántas veces hay corriente suficiente?

Los puentes son los muebles de las ciudades que más me fascinan. Los puentes, por supuesto, que tienen agua debajo (los otros puentes sólo me fascinan cuando los miro hacia arriba; desde el otro ángulo son amenazantes).
A los puentes, siempre he querido agradecerles su franqueza: uno pone un pie en uno de los extremos, avanza, pone el otro, continúa y, -si no le da a uno por arrojarse a las profundidades fluviales- se alcanza la orilla opuesta y en paz. Voilà. Y, en la mitad, siempre está el medio. Transparentes puentes.
Continuamente pisoteados, los puentes tienen la curiosa capacidad de dividir dos tierras y, a la vez, vincularlas. Te dicen: "precisamente porque debo unirlas de forma permamente, recuerda que son distintas à jamais".


Los puentes son deixis; son un antes y un después en tu paseo. Y guardan debajo de las baldosas y de los adoquines unos polvos mágicos que se disparan hacia arriba cada vez que un pie se planta en el suelo, y luego quedan enganchados en el jersey (cuando es invierno). Se llaman "polvos del olvido" y son los responsables de que, cuando llegues al otro lado, se te haya borrado automáticamente de la memoria la parte de la ciudad que sigue bulliendo a tu espalda. Yo, al menos, cuando cruzo el puente de Triana, no pienso más que en el barrio que le da nombre, y sólo tengo ante mí el Vieux Lyon si atravieso el puente rojo. Lo que queda a mi nuca es el pasado. Y el pasado será el presente con sólo girarme 180 grados.




En los puentes, además, uno es siempre infiel. Estés en el que estés, nunca le miras a él; te pasas el recorrido observando a los otros, y, a veces, con nocturnidad y alevosía, detienes tu camino para poder contemplarlos lujuriosamente. Sólo si estás en Los Otros miras a Éste.




Los puentes, todos lo saben, tienen microclima propio. Quién, que haya ido a parar un agosto a Sevilla, no ha experimentado un sudor frío abrasador ante la perspectiva de tener que adentrarse, cual Llanero Solitario, en el puente de San Telmo para poder alcanzar una Plaza de Cuba que se antoja la tierra prometida? Yo doy fe que, a mitad del recorrido, cuando te pesan los párpados y se acentúan las dificultades respiratorias, y el puente parece duplicarse y triplicarse en tu propio rostro y los espejismos en forma de charco alcanzan la planta de tus pies, el esfuerzo que hay que hacer para mirar al frente y no arrojarse de cabeza al Guadalquivir es comparable al requerido para no dar media vuelta y salir pitando como un avestruz cuando se despliega ante ti, majestuoso, el Pont de la Guillotière de Lyon y anuncia vientos glaciales con escarcha del Rhône y diez grados menos de los cinco en negativo que marcan los termométros.

En los puentes, en fin, puedes aprender a querer a una ciudad, las puertas siempre están abiertas, disminuye la velocidad, hay vaho en la boca o sudor en las axilas, el sol tarda más en ponerse, aún te queda la llegada, los besos duran más y son fluviales, se ve la ciudad doble, te deslumbran las calvas de los piragüistas, llueve más de lo permitido, no se está en ninguna parte, la sed es más urgente, es más difícil encender un cigarrillo, hay dos lunas llenas, se recogen excusas para llegar tarde, la niebla es más espesa, escupir no está mal visto, huele a río y a pescado, y, la mayoría de las veces, te despeinas. Y si te asomas más de la cuenta... un puente es vértigo pasado por agua.

Me fascinan los puentes. Y echo de menos algunos en los que nunca he estado. Los puentes, a diferencia de las ciudades, sí que existen.

martes, 25 de diciembre de 2007

Dicen que hoy es Navidad

Mejor te invento






Estás alicaído, estás dudando,
no te alcanzan las pruebas ni las preces,
cada Dónde te ofusca, cada Cuándo.


Recorres el confort, las estrecheces
que quedaron atrás y es razonable
que reclames la vida que mereces,

las ventanas de paz, el techo estable.
Pero yo, te confieso, prefería
(cómo querés, hermano, que te hable?)

cuando tu vieja angustia estaba al día
con la angustia del mundo, cuando todos
éramos parte en tu melancolía.

Sé qué polvos trajeron estos lodos
pero saberlo no es la mejor suerte.
Inventaré quién sos. De todos modos.

Inventarte es mi forma de creerte.


(Mario Benedetti)

domingo, 23 de diciembre de 2007

es könnte auch anders sein


"Daba vueltas en la cama mientras Teresa dormía y se acordaba de lo que había dicho hacía tiempo en una conversación intrascendente. Estaban hablando de su amigo Z. y ella afirmó: Si no te hubiera encontrado a ti, seguro que me hubiera enamorado de él.

Ya en esa ocasión aquellas palabras le produjeron a Tomás una extraña melancolía. Y es que de pronto se dio cuenta de que era mera casualidad el que Teresa lo amase a él y no a su amigo Z. Se dio cuenta de que, además del amor de ella por Tomás, hecho realidad, existe en el reino de lo posible una cantidad infinita de amores no realizados por otros hombres.

Todos consideramos impensable que el amor de nuestra vida pueda ser algo leve, sin peso; creemos que nuestro amor es algo que tenía que ser; que sin él nuestra vida no sería nuestra vida. Nos parece que el propio huraño Beethoven, con su terrible melena, toca para nuestro gran amor su es muss sein! (Tiene que ser!)

Tomás se acordaba del comentario de Teresa sobre el amigo Z. y constataba que la historia del amor de su vida no iba acompañada del sonido de ningún es muss sein!, sino más bien por el de es könnte auch anders sein: también podía haber sido de otro modo."


"Cuando Tomás regresó de Zurich a Praga, le invadió una sensación de malestar al pensar que su encuentro con Teresa había sido producido por seis casualidades improbables.

¿Pero un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado cuantas más casualidades sean necesarias para producirlo?

Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza."


(La Insoportable Levedad del Ser. Milan Kundera)

sábado, 22 de diciembre de 2007

Compromiso


Hace algunos días, la conversación de tres personas alrededor de una botella de Côtes de Rhône en un bouchon lyonnais tomó los derroteros del artículo de Suso de Toro que transcribo a continuación. No mucho tiempo antes, una historia d’ailleurs había desencadenado también una discusión parecida en el sofá rojo de un piso 16 entre chicas Garibaldi. Las conclusiones a las que se llegaron… se me olvidaron.



- ¿Qué te pasa? Hoy pareces disgustado…
- Psé. Sí, estoy disgustado. Un poco. Ya lo veía venir…
- ¿Qué es lo que veías venir? ¿La subida del petróleo?
- No, hombre, no. Hablo de mis cosas. Hablo de cosas serias.
- Bueno. Que el petróleo suba es una cosa seria, afecta al pan, al gas, a los salarios…
- Sí, hombre, ya lo sé. Pero al final siempre vamos tirando, ¿no? No es el fin del mundo. No es eso. Es que mi hija se divorcia de su marido.
- Ah, bueno. Pensé que era otra cosa. Hombre, no hay para alegrarse, pero si la cosa iba mal…
- Sí, iba mal. La mujer y yo ya veíamos que llevaban un tiempo de morros. Pero ahora… Tienen una niña de dos años…
- Ya. Pero es peor que la niña crezca viendo a sus padres llevarse mal.
- No sé. No sé. Ya no entiendo nada.
- ¿Pero estás contra el divorcio?
- ¿Quién, yo? Quita, quita. El divorcio es lo mejor, cuando no hay solución es lo mejor. Pero, digo yo, ¿es que ahora nunca hay solución para los problemas de los matrimonios? Es que tiran la toalla en seguida. En cuanto llevan dos o tres años casados y ven que no se llevan bien ya se divorcian.
- ¿Y qué quieres que hagan? Es lo mejor; si no se entienden, divorcio y santas pascuas.
- Cómo se nota que no estás casado y no tienes hijos…
- ¿Y por eso no tengo razón?
- No sé. Yo creo que no. Creo que hay que luchar, ¿no? Antes de tirar la toalla.
- Lo dices por los niños.
- Lo digo por los hijos, claro. Eso lo primero. Ya sólo por eso habría que pensárselo bien, ¿no crees? Pero es que además lo digo por uno mismo.
- Pues por uno mismo lo mejor y más cómodo es cortar por lo sano.
- Pues no, no estoy de acuerdo.
- Ah, tú crees que hay que sufrir, ¿no? Venimos a este valle de lágrimas a sufrir… Oye, vida no hay más que una. Yo ya tengo más de treinta años y quiero disfrutar lo que pueda. Me queda toda la eternidad para portarme bien.
- Pero es que entonces no se puede contar nunca con nadie. Si cada uno va a lo suyo, ¿cómo vas a poder confiar en nadie, en que va a estar ahí cuando lo necesites? Es que así no se puede ni formar un contrato de sociedad, una empresa… Así no hay matrimonio que valga. Si no estás dispuesto a nada…
- ¿Pero a qué hay que estar dispuesto?
- A intentarlo en serio, a cumplir lo prometido. A todo, a algo, a prometer. Si no puedes prometer algo e intentar cumplirlo entonces es que no tienes palabra. No vales nada.
- Pero si no hay nada fijo, hombre. ¿Tú cuánto hace que trabajas en esta empresa?
- Nueve años.
- Bueno, pues ¿y si el año que viene te echan? No puedes confiar en nadie, ni en el futuro. No hay futuro. Lo mismo ocurre con las relaciones, te dejan o la dejas.
- Pero es que así no se puede pedir ni una hipoteca, si no hay confianza en el futuro. Si no hay un pacto de futuro.
- Desengáñate, ya nadie se compromete. No hay compromiso, un contrato no vale nada. Ni siquiera el de matrimonio. Lo que firmas no vale nada.
- Pero si nuestra palabra no vale nada, entonces ¿qué valemos? Si no somos capaces de comprometernos a nada, ¿qué valemos? No valemos nada.
- Pues a lo mejor valemos poco.
- Entonces no hay futuro. Así no hay futuro.
- Ay, qué equivocado te veo. Eres un hombre antiguo.

domingo, 16 de diciembre de 2007

El planeta en el bolsillo


El planeta entero cabe en un bolsillo. A veces, cuando ocurren ciertas cosas, es fácil guardarse el planeta en el bolsillo.
Yo no sé mucho del aire frío que corre cuando las boulangeries comienzan a cocer baguettes en el horno. No sé mucho del aire pero lo intuyo, y a veces lo adivino.
A veces un elefante cabe en una maleta y otras veces no hay espacio para una onza de chocolate. Todo depende. Depende de lo que queramos llevar con nosotros.
Siempre has pensado que los dioses, los antiguos dioses, son los únicos que pueden decirte dónde comienza el océano y termina la tierra. Y un buen día descubres que no existen líneas de demarcación. Pero tú ni siquiera sabes para qué sirve el océano.
Ne t’en fais pas. Sólo tienes que escribir en letras grandes en los muros para que no se te olvide. Muchas de las hojas picudas que crujen en el suelo y que te gusta pisar y que se deshagan sólo están hechas de casualidades. Nunca se sabe cuál será la que no toque la acera porque se te quede enredada en el pelo. A veces sorprende.
Es difícil mirar por la ventana. Es muy fácil mirar el cristal; lo complicado es intentar fijar la vista en los tejados rojos. Y en los marrones.
“¿Merece la pena?” es una pregunta caduca. La respuesta es inevitable. La respuesta es: inevitable.
Y el cielo rosa de frío se llenó de nubes y comenzó a verterse. Una niña echó de menos estar tumbada en la alfombra y, agotada hasta la extenuación, mirar los ratones de la Cenicienta. Pero a veces la madera reconforta. La madera es mucho más calida que una fila de dientes mojados de sal. Parce que j’étais faible, j’ai été intransigeant , dijo una vez Charles de Gaulle. No es raro tener miedo a la vulnerabilidad. Y el miedo es el motor del mundo, aunque a veces lo paralice. Afortunadamente, la luna tiene los mismos cráteres desde cualquier vidrio.
Tienes que aprender que no soportas el sabor del café y que la pasta de dientes la prefieres líquida. No se puede dudar sobre ciertas cosas. Como, por ejemplo, que las ciudades no existen, ni las carreteras ni los puestos de cromos. Y da igual lo que digan. No hace falta ir a Finlandia en bicicleta para saber que tienes principios. Es cierto que el cajón se llenó de polvo y las termitas se han comido una buena parte del tirador. Sólo digo que si buscas los principios podrás encontrar los finales sin dificultad. Y da igual lo que digan.
El agua vuelve ineficaces a las personas: inviertes demasiado esfuerzo en mover el puño y acabas golpeando a alguien sin hacerle daño. Gasto inútil de energía.
Menos mal que bajo la tinta se puede reír a carcajadas.
Cuando estás al volante y el paisaje se vuelve borroso porque los ojos se llenan de lágrimas, ¿es mejor sonreír o dejar de conducir un momento?
La nieve aún no ha llegado a Lyon pero es curioso como puedes sentir calor en las manos a diez grados bajo cero. Serán las castañas.
Es imposible hacer caso a todos a la vez. A veces, los primeros; a veces, los segundos; a veces, los terceros; a veces, ellas; muy pocas veces, tú. Y, a veces, los últimos serán los primeros.
Con la que está cayendo últimamente…
En cualquier caso, siempre he dicho que tendrían que existir amapolas naranjas.
Pero, para no mentir, las rojas son tan bonitas…

lunes, 10 de diciembre de 2007

Voyeuse

Es rubia o, al menos, su cabello no es demasiado oscuro. Tiene una estantería con libros, un gato, un equipo de música en el que se debe escuchar bastante bien a Gainsbourg y una mesa con revistas y papeles aún más desordenada que la mía. También tiene una maceta enorme y un marco que le pone límite a un rostro en blanco y negro.
Le gusta regar su planta y manosear las hojas hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera acariciando a un gato. Pero al gato no lo toca nunca. Le gusta comer el helado que venden en tarrinas grandes con una cuchara pequeña. También le gusta apoyar la frente contra el cristal de la ventana, sobre todo cuando llueve (en esta última semana ha tenido sin duda el escenario perfecto).

Le da igual que las manecillas del reloj (no sé si será digital o no, pero prefiero imaginármelo con agujas) le avisen de que es minuit, las cinco de la madrugada o las siete de la mañana: su lámpara siempre está encendida. Sin embargo, desde hace varios días me tenía un poco inquieta: la habitación ha permanecido completamente a oscuras, incluso de noche. Y, paradójicamente, este fin de semana cada rincón de Lyon se ha iluminado con miles de luces de colores en su Fête de la Lumière.

Heuresement, ya he comprobado (con alivio) que no se me ha mudado la única persona del bloque que no parece extremadamente francesa, con esa mala costumbre que tienen de dormir cuando no hay sol. Ayer noche volvió a hacerse la luz: ella tenía, como siempre, la frente apoyada en el vidrio, pero también tenía unos brazos que le salían alrededor de la cintura y una cabeza semiasomándose por encima de su hombro.

Mi vecina ha conocido a alguien. Yo me alegro sobre todo por su gato, que ha pasado de ser ignorado a ser un receptor de múltiples caricias (la vida es injusta con los animales).

Ella vive, como yo, en un piso 16, y nuestros bloques forman algo así como un ángulo recto.

Intuyo que nos observamos mutuamente.

Pero qué habrá visto ella, eso ya es otra historia...
Por cierto, en Francia, las ventanas no tienen cortinas, y en la Fête de la Lumière, la gente coloca velas encendidas en los alféizares de las ventanas.