"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cuentos

 "Cuando te mueves en los lugares adecuados, en el tiempo adecuado, en la luz adecuada, el mundo, todavía, se convierte en cuento" 
 (Peter Handke)

martes, 27 de septiembre de 2011

viernes, 23 de septiembre de 2011

Neutrinos

Un japonés discute en francés sobre el judaísmo con un árabe a los pies del Sacré-Coeur. Se escapa una frase: "Si en ese momento pensabas que creías en eso es porque creías en eso". Y una gran verdad me fue revelada: Si en ese nanosegundo pensé que era feliz es porque era feliz; si en ese microminuto pensé que podría matarle es porque podía matarle; si en ese instante borroso pensé que me gustaba la leche es porque me gustaba la leche. Ahora no me gusta, pero me gustó, aunque sea feliz, y aunque no quiera matar a nadie.
Aparte de eso, hoy han anunciado los científicos que en realidad no están seguros de la velocidad de los neutrinos: "En una prueba experimental, los neutrinos recorrieron una distancia de 720 kilómetros en un tiempo 60 nanosegundos más breve de lo que lo haría la luz. Si se confirma este experimento, sus conclusiones podrían invalidar una parte clave de la teoría de la relatividad que Albert Einstein enunció en 1905, que asegura que ninguna partícula puede viajar más rápido que la luz". Manda narices, ya no sabe una en qué apoyarse... como no sea quedándose un ratito al lado del japonés en un escalón. Tanta materia prima para hacer cosas bellas... y lo único que se nos ocurre es hacer cosas que sirven.

martes, 6 de septiembre de 2011

ROJO


Cera de queso, labios rajados, moulin, sangre, tomate, stop, inyección repleta, ojos después de la tormenta, lengua de serpiente, piruleta, corazón, pimiento, herida, bloody mary, picadura reciente, copa de vino, sentido prohibido, agua caliente, correcciones en papel, mermelada, esquina de parchís, rastro de un cuchillo sobre el dedo, rótulos de Pigalle, amapola de plástico, análisis, amapola del campo, sorbete de fresa, lápiz de labios, señal de alarma, incendio, luces de freno, manzana envenenada, fiebre alta, ocho, cereza, cuatro, bufanda de Aristides Bruant, rabia, bandera de China, Cruzcampo, escaparates de putas de Ámsterdam, mariquita, poisson rouge… y un vestido. EL ROJO. Fechas ROJAS e IMPOSIBLES.

La espuma de los días… ¿qué queda en la espuma de los días de alguien que cree que sabe flotar sólo porque aprendió a nadar? Algas, trozos de medusa, cápsulas de huevos de rayas, conchas rotas, embriones de tiburón, cristales de botella desgastados por la sal y convertidos en piedras preciosas en una época anterior al prosaico descubrimiento de que los cristales de botella son y serán siempre cristales de botella… Y no, nada de eso es rojo. Por eso es ligero. Los restos biodegradables de la espuma de los días no suelen pesar. Los que pesan son los rojos.

“No quiero que me necesites”, dijo subrayando en rojo. También pesan las palabras y los acrónimos, y los números en trozos de papel; los rectángulos acartonados con fechas imposibles. Fechas rojas. Resbalosas fechas imposibles con su peso sanguinolento en forma de lluvia roja de horas, de minutos, de segundos. Segundos rojos que desestructuran torres como si fueran aviones, levantando ráfagas de sangre. Fechas y sangre, y la interrogación más roja que sale de la pregunta que nunca tendrá respuesta porque, al igual que las cartas que no llegan son aquellas que no se escriben, las respuestas de las preguntas que no se pronuncian no existen. Y todos conocemos esas interrogaciones imposibles que se deshacen justo antes de nacer. Son interrogaciones-aborto. Interrogaciones  rojas, como las fechas.
Disculpen las molestias. Es que no sé si existen las continuaciones rojas. Y el rojo siempre fue o bueno o malo, nunca se quedó a medias.


viernes, 12 de agosto de 2011

Ausencia epistolar

"Ya nadie escribe cartas", comenzaba él la suya. Con un preámbulo así, la respuesta quedaba anulada de antemano. Se equivocó, claro: ya nadie envía cartas, pero sí que las escriben. Se escriben muchas, millones de cartas… y luego sólo se envían postales. Ciertas personas merecen una novela entera, más que una carta y, al final, injustamente, no reciben siquiera una postal. Yo sólo envío postales. Pero no a los lectores de novelas.


sábado, 16 de julio de 2011

Passer à autre chose


"A uno le sobreviene la necesidad perentoria de ponerse en marcha.
Y lo que es más: de ponerse en marcha en una determinada dirección. 
La necesidad, pues, es doble: la de viajar y la de resolver adónde.
¿Por qué no podrá uno quedarse sentado en donde está?"

(D.H. Lawrence, Cerdeña y el mar)

lunes, 4 de julio de 2011

Paseo del Prado


P. daba volteretas junto a la ventana. El parte meteorológico ha anunciado que Madrid, una de las ciudades más reales por las que ha pasado, estará varios días envuelta en una neblina como de sueño. Si saber cómo ha pasado, es cierto que ha pasado (por ella), y no sabe qué ha pasado. Por qué hay ciudades más de mentira, e incluso ciudades que no existen, con un aspecto más real que Madrid, eso seguirá  siendo un misterio. Ciudades de semanas o de días, o incluso ciudades que nunca han nacido podrían ser más reales que esa ciudad tan real y tan disparatada y tan de colores y tan de escenarios. Porque Madrid, para P., es, sobre todo, escenario. Un puro escenario de estaciones, de cafés y de plazas, pero sobre todo de estaciones. Y sobre todo de plazas.


Madrid ha sostenido grandes escenas sin resbalarse, sin doblarse ni un poquito. Escenas terribles, fuertes, gigantes; escenas ruidosas y apresuradas; escenas asfixiantes, demoledoras, moradas. Escenas firmes, naranjas y genuinas. Y escenas suaves, frágiles y celestes; escenas tímidas y dóciles de chocolate, escenas muy creíblemente sorprendentes, decoradas con luces, papel maché y nocturnas bambalinas, como en el mayor escenario de teatro que jamás P. había soñado.   P., que daba volteretas junto a su ventana y se reía, y se reía porque, cómo, porque no sabía cómo había pasado que había sido durante un rato protagonista en un escenario tan onírico e hiperralista como Madrid. En una ciudad que posee una gran estación con goteras y taxis borrosos, y paseos del prado sin rumbo con cambios de sentido bajo chaparrones rápidos… Y el enorme oso de P., el oso que la espera en el camino para darle una bofetada y un abrazo, y llevarla a tomar un café entre sus brazos de oso, y salvarla así del segundo acto. Y, como por arte de magia, un Paseo del Prado nítido y con rumbo. Un sacacorchos repetido no es demasiado para un oso tan grande, no lo es. Pero P. sabe que el oso ha saltado del escenario y se ha metido en la novela.


P. se ha dicho a sí misma que siempre que necesite obras de teatro volverá. De momento cree que, por una vez, preferirá dedicarse a cosas más calmadas, como, por ejemplo, ser personaje de una novela, y a seguir dando volteretas junto a la ventana.


De todos modos, P. también sabe que un día tendrá que ir a la estación de Atocha, a ese rincón en concreto, y no levantarse de allí hasta que no escriba una obra de teatro. No sería, de todos modos, la primera vez que pasara la noche en una estación, aunque esa otra estación estuviera a miles de kilómetros de distancia.


-          - ¿Kilómetros de distancia de dónde?


-         -  A miles de kilómetros de distancia.


De P.

viernes, 1 de julio de 2011

Mudanzas

Mudanza: palabra del mes que comienza. Al menos tres importantes mudanzas convergen y vuelan a mi alrededor. Seis manos (o lamentablemente más) a la vez van a empaquetar libros y tazas y se van a encontrar con el mismo e irresoluble problema: ¿Qué hacer con el cepillo de dientes casi recién comprado? Por definición, el simpático y simbólico útil de higiene dental no es algo que uno se plantee llevar consigo en una mudanza, pero siempre te hace, al menos por un segundo, reflexionar, verbo poco aconsejable cuando se trata de cambiar algo –o alguien- de lugar. Cada una de estos tres desplazamientos tiene distancias y motivos diferentes. Uno es feliz; otro, traumático; el tercero, confuso. Y en los tres me hallo muy espiralmente envuelta. El mes de julio ha venido con grandes dosis de un inquietante sentido del humor. Divertido, cierto, pero también terrorífico, como la anciana vestida de negro que lleva días entrando por mi ventana y sentándose a los pies de mi cama. Desconcertante, como la largamenteextraviadaextensa carta que se ha colado este mes en mi buzón (“La carta que aguardamos con más impaciencia es la que nunca llega. No hacemos otra cosa en nuestra vida que esperarla. Y no nos llega, no porque se haya extraviado o destruido, sino sencillamente porque nunca fue escrita”). Nostálgico, como toda mudanza que no acabe en cajas de comida china por el suelo. Y, cuando un mes, no sólo antes de acabar, sino incluso antes de comenzar, se pone la careta de la nostalgia, únicamente queda dar de comer a los gorriones. Eso, y tomar a la vez un trago y una razonada decisión acerca del cepillo de dientes.

Asimilando cada uno de estas tres mudanzas con una de las múltiples acepciones de la RAE para esta palabra, la mudanza traumática (inconstancia o variedad de los afectos o de los dictámenes) la siento tanto como si fuera mía y, además, lo siento; la mudanza feliz (cierto número de movimientos que se hacen a compás en los bailes y danzas) la siento tanto tanto que casi me pertenece; la mudanza confusa será, simplemente, el  cambio convencional del nombre de las notas en el solfeo antiguo, para poder representar el si cuando aún no tenía nombre.

Todo esto se resume en un rollo de camisetas, febreros, diccionarios, almohadas, marcos de foto, esquinas, peluches, calendarios, abriles, faldas, postales, teteras, noviembres, relojes, sábanas, bolas de nieve, rincones, alféizares, cuadros, collares, cuadernos, eneros, zapatos, bombillas, plantas, trozos de fotos, trozos de tiempo, amaneceres, calcetines, colchones, ventiladores, viernes, intrusasquevienendespaña, furgonetas, despertadores, galletas palencianas, vino de burdeos, revistas de música, libros, camiones, búhos, teclados, domingos, notas de despedida, cafeteras, cafés de Van Gogh, flores, espejos, flores?, sombreros, bolsos, cajas, bolsos, cajas, bolsos, cajas, cajas y cajas. Y tres ciudades, tres, que se saben abandonadas. Y tres ciudades –o cuatro o cinco o seis- que se saben, de momento, reinvadidas. 

Espirales de casualidades leyendo a Stefan Zweig, quien se mudó mucho mucho mucho: “Y es que el sentimiento de provisionalidad presidió misteriosamente mi vida hasta la Guerra Mundial. En cuanto empezaba algo, me convencía a mí mismo de que no era lo auténtico, lo acertado…”.  Pero él era siempre prota en sus propias mudanzas. Estas tres, sin embargo,  son diferentes entre ellas, muy diferentes, extremadamente diferentes... y con un único nexo de unión, aunque ellas no tengan ni idea.

miércoles, 29 de junio de 2011

lunes, 27 de junio de 2011

Saber jugar


“Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad,
de repente se nos arroja al mundo;
cien mil olas nos envuelven,
todo nos seduce, muchas cosas nos atraen,
otras muchas nos enojan y, de hora en hora,
titubea un ligero sentimiento de inquietud;
sentimos y lo que sentimos
lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo”
(Goethe)




martes, 21 de junio de 2011

Esto no es...

No es un adiós. Aunque lo parezca, bella, aunque lleve semanas despidiéndose de ti en un acuerdo secreto del que sólo tú y el asfalto os habéis dado cuenta. No es un adiós.


No es una espía. Aunque le diga a los otros lo que quieren oír, y eso coincida con lo que tú le contaste, no es una espía.


No es una certeza. Aunque se lo dijera anoche al espejo del cuarto de baño mientras se cepillaba los dientes, en el  momento en el que se encontró súbitamente guapa (más que de costumbre). No era una certeza.


No es un viejo. Aunque sus manos tiemblen al buscar la llave que olvidó en la puerta, y repita que antes, mucho antes, las cosas eran más difíciles, pero más bellas. Él no es un viejo.


No es un error. Aunque durante tres segundos quedaras paralizada al darte cuenta de que te habías equivocado de cepillo de dientes, dudando sobre si debías parar o continuar cepillándolos, para finalmente inclinarte por esto último. No fue un error.


No es una mancha. Aunque ambos sintierais salir el líquido y derramarse sobre el tejado y, más tarde, sobre el tejido, entrelazando vuestros sueños. No es una mancha.


No es una decisión. Aunque se diera cuenta de que, en el fondo, ya estaba tomada. Y de que algún día debería dejar de considerar las decisiones como un agrio suplicio y empezar a tomarlas como el bocado dulce que son, pues al fin y al cabo no constituyen más que una prueba viva de su libertad. No es una decisión (es otra cosa).


No es lluvia. Aunque al quedarte fuera, sin techo, sin paraguas, sin tejados, sin balcones, sin él, sin chubasquero, sin su gorro prestado te mojaras. Sabes que eso no es lluvia.


No es un final. Aunque tu urraca quiera despedirse de ti, aunque te pares a ver series que no tienes ganas de ver, y aunque sueñes con melones y guitarras, escobas y fotografías… y con coches de fórmula uno. No es un final; es un principio… de un cuento, de una novela, de un poema, de una carta, de la lista de la compra, de lo que quieras… Es un principio. 



lunes, 13 de junio de 2011

De curas neozelandeses casados


Si usted quiere hacer una ensalada porque, por ejemplo, las tuberías de su termo hayan decidido explotar lanzando, à droite et à gauche, borbotones de agua caliente, a lo volcán islandés, hasta inundar la cocina y, con ella, esa placa de cristal en la que se hace de comer, además de todos los enchufes gastronómicos que existen en esta estupieléctrica sociedad en la que (sobre)vivimos; si usted, decía, quiere hacer una ensalada porque, además de que se acerca el verano (nadie lo diría), no le queda otro remedio, entonces, seguramente, usted se dará cuenta de que le faltan tomates. 

Y, ¿qué hace uno cuando se ve en la necesidad de comer tomates? De forma habitual, se va a la frutería, al supermercado o a la plaza (ese lugar al que ya pueden acceder diariamente 5 millones de personas en España). Otras veces, si estás en un pueblo simpático, te los regalan (¡horror!). Yo, sin embargo, preferiría ir a buscarlos a un campo vallado y, si es posible, a un campo en el que no haya tomates; y, si es posible, a un campo al que haya que llegar atravesando un río (sin puentes); y, si es posible, a un río que tenga pirañas; y, si es posible, que haya un perro furioso al lado de la tomatera; y, el placer máximo, que exista un 50% de posibilidades de que los tomates tengan e.coli, aunque sólo sea un poquito. Y, por supuesto, lo ideal es hacerlo especialmente cuando no sea época de tomates.

A veces me da por pensar que el sabor de esos tomates supera al de cualquier otro lugar del globo. El resto de las personas cree que lo pienso siempre. A veces, las personas más estúpidas hacen gala de una lógica aplastante. A veces, las personas más ilógicas pueden llegar a parecer estúpidas. No lo son. De todas formas, je ne suis pas toujours de mon avis, como diría aquel (no siempre soy de mi opinión).
Antes pensaba que aún era posible; ahora tengo la certeza de que no puedo ir a fruterías. 

Aunque a veces suceda que, en mitad de la acera, un olor te paralice…un olor a tomates tiernos, a tomates prometedoramente nostálgicos, a tomates hermosos y desincronizados... Si eso sucediera, se sale rápido de la ciudad -si no se sabe cómo, o si no hay medio de hacerlo, mejor-  y se trata de coger un tomate desde una montaña rusa mientras llueve. Delicioso… ou pas. Siempre queda volver a la acera y tratar de recuperar el olor… el olor reconfortante a piso al que sólo se puede llegar de noche en ascensor.

miércoles, 8 de junio de 2011

Lecciones de puntuación

Ella le despidió con puntos suspensivos.
Él pensó que era una coma.
El punto llegó pronto para ambos,
tan pronto como él vio la nueva frase,
que ella había escrito en el cuaderno
del nº2,
sin un solo signo de interrogación.
La pregunta de si era punto
y seguido no era planteable;
ambos habían gastado ya
la única exclamación posible.

martes, 7 de junio de 2011

Como en las guerras, no se sabe quién ganó...

- ¿Recuerdas aquel verano? -dijo él.

Ella mojaba galletas como quien sumerge recuerdos, que vuelven a salir a la superficie, sí, pero más blandos, deformados, más fáciles de tragar, aunque infinitamente menos apetecibles: -Mmmsí.

-Yo tenía sueño, y tú calor.

En la ola de leche con mijagas la vio: esa ola de calor que no sólo invadió la ciudad, sino también el periódico, el río, su esquina (la de él), su sábana (la de ella) y mis oídos.

-Y también a mí, a ti y a ella- eso lo dijo en voz alta.

- ¿Decías? -dijo él.

- Sensateces desincronizadas.

- ¿Decías? -repitió -y eso que él nunca repetía.

- Que añoro aquello que logró encender las farolas.

- ¿Decías? -volvió a decir, irreconocible.

- Que ahora tengo que irme, porque aún no he logrado ver bien de qué color es la luna, y ya sabes lo importante que son los colores. Antes no sabía que las ortigas picaban. Quizá en una de estas tardes que nos encontremos, acaso en la última, yo ya habré visto el color de la luna, y quizás, sólo quizás, a ti aún te quede algún ramo... de otra cosa.

- Eres abrazable- dijo él, mientras pensaba realmente otra cosa.

- "Eres abrazable", pensó ella, y dijo: -Ahora tengo que irme.

Desafortunadamente, nunca tuvieron relojes.

viernes, 27 de mayo de 2011

Siento el retraso. Estaba ocupada buscando el negro


No se puede encerrar en sábanas blancas; más bien en los pliegues, en las arrugas, en las manchas de después (como si pudieran existir manchas de antes). Se ve mucho mejor en las bóvedas, en la oscuridad que aplasta y que ayuda a dormir bien. Medio de transporte de ese polvito que nos espía, ese que se llena de ideas, de lágrimas, de risas y de histerias, simplemente por estar ahí, revoloteándonos. Pero no es habitual ver el polvito. A diferencia de a él, al que sí que distingues; siempre, claro está, que se den las oportunas circunstancias como… un hueco en un árbol. ¿Qué árbol? Sí, en Madrid también hay árboles. No son nada bucólicos, es cierto, pero nos permiten verlo. Sobre todo si tienen grietas.

También se ve en las alcantarillas, en el cuarto de la basura, en el interior de las catedrales y, a veces, en el metro. Siempre se está riendo. No siempre provoca la risa, es verdad. Ni siquiera la sonrisa. Pero ¿no basta con que haya algo que siempre se esté riendo? He llegado a verlo en los lugares más insospechados: en el fondo del mar, cuando la sal me deja abrir los ojos; en la carretilla de un albañil; entre las teclas de mi ordenador; en una cuna dormida.

Una vez lo vi en una tubería. Una muy vieja, muy vieja, que debía hacer fluir un agua gran reserva. Lo he visto en los baños del tren e incluso, de manera bastante insolente, en una de esas bolas de agua con nieve.

La mejor de todas fue cuando la vi en una mejilla por la que ya habrían pasado seguro más de cien. Una mejilla en donde se daban las apropiadas oscuras circunstancias para poder capturarlo. Feliz, como siempre.

La insolación de una pulga. Nítido, claro, como en las tardes de siesta.

Y, cuando por fin lo ves… ¿Cómo apartar la vista?, ¿cómo pensar en otra cosa, descifrar números, meses, líneas, curvas… o siquiera colores? Porque él no tiene color. Es su razón de ser. Y me dice: “sígueme con tu retina, no con tu pestaña; trata de ver mi extremo, pero sólo uno … el otro no existe”. Y yo, que quiero seguir imaginando cosas, imaginando casas, imaginando casos, imaginando quesos.

Quiero hablarles de la imposibilidad de distinguirle –a él, al rayito de luz- si no es sobre un fondo negro como una fresa. Y lo mejor de todo es que su única virtud consiste, precisamente, en ser.

Rectifico: no se puede encerrar. De todos modos, ¿para qué? Al fin y al cabo, es.

martes, 22 de febrero de 2011

¿Por dónde queda el mar?

Despegar...peu importe si es en un avión retrasado o desde un cañón que gira en todas direcciones. El color de las luces es lo único que cambia: amarillas o rojas. Y, voilà, despega y no parece que sea un aller-retour, parece más bien que vuela por encima de un cielo lleno de aceitunas de plástico. El puzzle, en ese río, tiene sentido. Aún no puede distinguir la figura que se forma porque está demasiado cerca, como en un cuadro impresionista, pero sí que entiende que las piezzas encajan.
En la ribera del Sena, una niña pelirroja se acuerda de Walter Blythe y lanza al agua una hoja que no está muerta. El barco vegetal va en sentido contrario a la corriente, y la niña comprende que peces multicolores la arrastran desde abajo. Peces luciérnagas que siguen los rastros de luz en la espuma porque, a pesar de la niebla, esta vez la luna sí que estaba tontamente llena. La hoja viva pasa por debajo de un puente anónimo porque esa noche los nombres de los puentes han dejado de tener importancia. Ni siquiera mañana la tendrán. Los nervios de la hoja, llenos de savia mojada, bailan un baile que es una mezcla de vals y de salsa, y la niña, celosa, se descalza y corre al otro lado del puente, pero no desde arriba, como siempre hizo, sino atravesándolo desde abajo. No tiene miedo; no le hace falta seguir la hoja con la mirada: sabe que le estará esperando al otro lado porque huele a un verde diferente al del río.
La hoja, muerta ya por el esfuerzo, no tiene nada más que decirle; resplandece frágilmente mientras la niña la lleva de nuevo a su regazo: una feuille morte como ella quería. Y, sentada debajo del puente que nunca tuvo nombre porque nunca lo necesitará, la acaricia suave, muy suavemente, porque está resfriada y se llama Laura, y hace mucho tiempo ya que tomó una decisión. "Cuánto hemos cambiado desde la última vez que te vi", le susurra nerviosa. "Je voudrais bien te manger".


Al día siguiente, la mañana la encontró en el quai, en un nuevo despertar de colores sin magdalenas. De colores importantes y definidos: rojo, azul, verde y amarillo. Et quoi d'autre?