"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

lunes, 13 de junio de 2011

De curas neozelandeses casados


Si usted quiere hacer una ensalada porque, por ejemplo, las tuberías de su termo hayan decidido explotar lanzando, à droite et à gauche, borbotones de agua caliente, a lo volcán islandés, hasta inundar la cocina y, con ella, esa placa de cristal en la que se hace de comer, además de todos los enchufes gastronómicos que existen en esta estupieléctrica sociedad en la que (sobre)vivimos; si usted, decía, quiere hacer una ensalada porque, además de que se acerca el verano (nadie lo diría), no le queda otro remedio, entonces, seguramente, usted se dará cuenta de que le faltan tomates. 

Y, ¿qué hace uno cuando se ve en la necesidad de comer tomates? De forma habitual, se va a la frutería, al supermercado o a la plaza (ese lugar al que ya pueden acceder diariamente 5 millones de personas en España). Otras veces, si estás en un pueblo simpático, te los regalan (¡horror!). Yo, sin embargo, preferiría ir a buscarlos a un campo vallado y, si es posible, a un campo en el que no haya tomates; y, si es posible, a un campo al que haya que llegar atravesando un río (sin puentes); y, si es posible, a un río que tenga pirañas; y, si es posible, que haya un perro furioso al lado de la tomatera; y, el placer máximo, que exista un 50% de posibilidades de que los tomates tengan e.coli, aunque sólo sea un poquito. Y, por supuesto, lo ideal es hacerlo especialmente cuando no sea época de tomates.

A veces me da por pensar que el sabor de esos tomates supera al de cualquier otro lugar del globo. El resto de las personas cree que lo pienso siempre. A veces, las personas más estúpidas hacen gala de una lógica aplastante. A veces, las personas más ilógicas pueden llegar a parecer estúpidas. No lo son. De todas formas, je ne suis pas toujours de mon avis, como diría aquel (no siempre soy de mi opinión).
Antes pensaba que aún era posible; ahora tengo la certeza de que no puedo ir a fruterías. 

Aunque a veces suceda que, en mitad de la acera, un olor te paralice…un olor a tomates tiernos, a tomates prometedoramente nostálgicos, a tomates hermosos y desincronizados... Si eso sucediera, se sale rápido de la ciudad -si no se sabe cómo, o si no hay medio de hacerlo, mejor-  y se trata de coger un tomate desde una montaña rusa mientras llueve. Delicioso… ou pas. Siempre queda volver a la acera y tratar de recuperar el olor… el olor reconfortante a piso al que sólo se puede llegar de noche en ascensor.

3 comentarios:

Advenedizo dijo...

Eres un genio incomprendido, Pamplemousse.

Dunk enfant dijo...
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Anónimo dijo...

Que Bonita
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