"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

lunes, 5 de mayo de 2008

Miradas sobre Ámsterdam

Qué voy a decir que no se haya dicho ya. Por ejemplo, que quiero recomendar Ámsterdam para la salud.
Quiero recomendar sus calles y sus canales, y recomendar que absorban su esencia relajada, que hinchen el pecho y llenen los pulmones de su atmósfera, como si estuviesen fumando marihuana, y que mantengan un poco el aire antes de expulsarlo, porque el humo se va rápido y es muy difícil hacer que vuelva.

Ámsterdam y yo nos comprendimos desde el primer momento. Es la única ciudad que me ha dejado utilizar bien un mapa y ha depositado en mí una confianza que yo nunca tuve. Por primera vez, no me he perdido. Y muchas personas que me conocen sabrán valorar esta frase como se merece. Yo, aquella que toma la calle equivocada cuando va a comprar el pan en su barrio. La lógica enmarañada de los canales de Ámsterdam se parece tanto a la mía que no tenía casi ni que consultar el mapa; supimos hallarnos bien, Ámsterdam y yo.

Al entrar al hostal donde compartiría habitación con 32 individuos, una nube olorosa de marihuana y algunas voces lentas de personas que se mueven calmadamente me dieron la bienvenida. La música acompañaba. La chica de la recepción, también:

- Sólo hay dos cosas que no se pueden hacer aquí: fumar hierba dentro de la habitación y darle de comer a los ratones.

Allí en Ámsterdam, si uno se crea problemas es porque quiere.

La lógica de la ciudad, como ya he dicho, es encantadora: prioridad para las bicis, por supuesto; siguen los tranvías, los coches y luego las motos. ¿Los peatones? Quién les manda salir a la calle… Teniendo uno de esos barquitos que cruzan los canales es verdaderamente estúpido ir a patearse el asfalto. Imaginen la escena: A usted lo despierta el sol entrando por la ventana sin persianas de una de esas casitas de cuento, pongamos, color granate; riega su macetita (no vamos a decir de qué)



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y se prepara para ir al trabajo (si es lunes, no se moleste, las oficinas estarán cerradas). Baja a la calle, coge su barquito con motor y siente la brisa matutina que baja de los canales. Olvídese de atascos, pitidos, esperas de autobuses, o frustrantes búsquedas de aparcamiento. Al final de su jornada (no muy larga, básicamente todo lo que no sean sitios para comer cierra a las cinco), vuelve a tomar su barco y se demora un rato por los canales escuchando música, leyendo el periódico o tomándose una cerveza.








La única posible molestia es que haya alguna turista clavándole su mirada envidiosa desde algún puentecillo. Como no hay prisa, lo mejor es atracar cerca de alguno de los cientos de coffe shops y fumarse un porrito mirando las paredes de colores con tulipanes.

La otra posibilidad es que viva directamente en el agua. No, no hace falta mojarse. Basta con tener una casa-barco en Reguliersgracht. Decoradas como sólo un holandés lo puede hacer, con buen gusto, originalidad y dejándole muy poco espacio a la intimidad. Ámsterdam es una ciudad de voyeurs, de exhibicionistas o de ambas cosas. El lugar perfecto para un cotilla. A mí me encanta. Las cortinas no existen o no se corren, así que, si se trata de un barco-casa, puedes ver la disposición de todas las habitaciones y lo que sus habitantes andan haciendo en ellas. Si son viviendas normales, idem de idem: las cocinas y las bibliotecas suelen ser las mejores partes de las casas.







Si hablamos de piso, uno tiene la sensación de estar viendo un tebeo de 13 Rue del Percebe. El buen gusto no es general, claro, sirva de ejemplo una casa que tenía en el alfeizar de la ventana una colección de muñequitos de novios y novias de esos que se ponen en lo alto del pastel de bodas. Una de las teorías que intentamos fue que se trataba de una viejecita a la que le habían dejado plantada en el altar hace mucho mucho tiempo y que había jurado cual Escarlata O’Hara en Tara que tendría hijos para formar dos equipos de fútbol y que emplearía toda su vida para casarlos uno por uno aunque se dejase su salud en tan noble misión. Sí, en Ámsterdam si algo hay es tiempo para reflexionar sobre cosas absurdas.






Además de las casas de los demás, también se pueden ver museos, el Rijksmuseum, por ejemplo, en el que hay varias obras importantes de Rembrandt y tres cuadros de Veermer, además de una sala de casas de muñecas en la que los visitantes se pasan horas observando las habitaciones, como si no pudiesen hacer lo mismo en la calle, y gratis. También está el Museo de Van Gogh, que encontré bastante impresionante, a pesar de no saber si seguir considerando como genio a alguien que se pega un tiro para suicidarse y tarda dos días en morir. Hay que ser un poco con.


Y si uno se harta de pintura, pues se va al Museo del Sexo y en paz, que no siempre hay la posibilidad de sentarse en un pene gigante. No es difícil adivinar que el barrio de este museo es rojo. El Barrio Rojo es, efectivamente, rojo, concurrido y totalmente sorprendente, por mucho que te hayan hablado o hayan leído sobre él. Pero no hay por qué estar mirando todo el rato a las señoritas de los escaparates. Es más, si lo hace corre el riesgo de perderse las ovejas hinchables que hacen beeee, los preservativos de chocolate y coco, las esposas con pinchos o los shows de live sex.

Es cierto que por las mañanas no es tan rojo porque le faltan las luces, pero, según se podía leer en una de las revistas gratuitas que reparten por la ciudad, si quiere ver a los autóctonos, vaya al Barrio Rojo un lunes por la mañana, que es cuando suelen ir los ejecutivos y demás residentes masculinos de Ámsterdam. De alguna parte tenía que venir la increíble tranquilidad de la que gozan los amsterdanianos, tampoco va a haber que agradecerle todo a la marihuana. Por cierto, y terminando con el tema de los museos, también es posible visitar el museo de la marihuana y del cannabis, donde se puede aprender que con esta plantita se hacen unas camisas geniales, mejor que el algodón, oiga.

Luego también están los quesos, las patatas fritas, los tulipanes y las holandesas rubitas, y un millón de museos más. Lo que ocurre es que no es recomendable hacer planes en Ámsterdam, porque uno nunca sabe adonde va a llevarle la ciudad, aunque a mí me llevase varias veces a esta calle


Ahí es donde he decidido comprarme una casa.

No sé si alguien se anima a pagarme el barco…

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