"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

domingo, 13 de abril de 2008

Perspectivas


El ángulo desde el que se mira no es importante; lo es todo. Si miras la ciudad en uno de sus extremos desde un piso dieciséis corres el riesgo de creer que te la puedes guardar en el bolsillo del pantalón vaquero más ajustado. Hay un problema: si es de noche, la cosa quedaría convertida en una bolita negra con luces amarillas, y cuando tratas de encerrarla en el pantalón las bombillas crujen y se parten en pedacitos. Una de dos: o te quemas o te cortas. O los extremos de Fourvière se te clavan en la pierna.

No me digan que no es fácil querer meterse esto en un bolsillo y sacárselo en los momentos del día que están vacíos de paisajes: en el ascensor cuando todos los vecinos salen a trabajar a la misma hora y te arrinconan contra el espejo, en la cola del supermercado, en la plataforma del metro antes de que éste aparezca arrastrándose como un gusano, en clase de historia de Rusia, en las escaleras mecánicas,…

Si no manejas bien la perspectiva, puedes creerte que a la ciudad no le importa que tengas control sobre ella. Yo creo que no le importa; es más, yo creo que le gusta. Yo creo que yo no manejo bien la perspectiva.

En el piso más alto del segundo bloque de la derecha, donde hay una luz encendida en la terraza, esta noche ha habido una reunión de antiguas compañeras de facultad. La que vive en la casa está a punto de cumplir treinta y tres años y se ha pasado toda la tarde paseando su estrés por el balcón, temerosa de encontrarse con cuatro vidas perfectas paralelas a la suya (salvo por la perfección), o peor aún, con cuatro mujeres sin nada en común con esas compañeras de porros que se saltaban clases en el parque de la Tête d’Or. Hizo la compra antes de las dos, para evitar las aglomeraciones de sábado tarde, quitó del salón el jarrón que le había regalado su madre cuando alquiló el piso y puso en su lugar un póster de un grupo de música de finales de los 90, y escondió todos los DVDs que tuvieran como protas a Hugh Grant, Meg Ryan o Cameron Diaz.

No quería que pensasen que no sabía cocinar, que había dejado de ser moderna o que no tenía pareja.

Decidió que, saliese como saliese la velada, todo acabaría encajando con una enorme tarrina de helado de chocolate con trocitos de galleta. Es muy fácil sumergir con la cuchara los cambios obvios y desagradables de las demás, sacar cremosos recuerdos de color marrón, y masticar luego algunos cotilleos de terceros no presentes.

Llegaron todas juntas, así que la anfitriona comenzó por sentirse absurdamente desplazada. Se sentaron alrededor de la mesa del salón; si se afina bien la vista (y tiene una las lentillas puestas) se puede ver un ramo de flores en el centro. Las flores cambian según la oferta de la semana de la floristería de la esquina, así que mientras yo veía una oferta encima de la mesa las demás veían violetas. Lo es todo, el ángulo desde el que se mira. Ella trató de mirarlas desde todos los ángulos para encontrar en aquellas cuatro desconocidas algún rastro de sus amigas. El esfuerzo casi le impidió probar bocado. Es raro sentir como extrañas a personas con las que antes hacías trinchera frente a las personas extrañas.

Se derritió la esperanza de helado de chocolate:

Al médico de Sophie no le parecía una buena idea que ésta se llenara de dulces en su sexto mes de embarazo, Camille estaba a régimen, Julie tenía problemas de garganta desde que dejó de fumar, y Marion se había convertido en una estricta vegetariana.

Se fueron temprano. Había dejado de ser un problema el problema de que el metro dejase de funcionar a partir de medianoche porque ahora querían regresar a casa antes de medianoche.

El piso quedó como antes, sereno, como se aprecia en la foto.

Luego ella salió a la terraza, se tropezó con una maceta y apoyó los codos en la barandilla mientras las veía alejarse. Quise decirle que, cuando las viejas amigas dejan de comer helado de chocolate, una tiene derecho a quitarle el sustantivo al sintagma “viejas amigas” y quedarse sólo con el adjetivo.

Pero olvidaba que sólo yo la veo a ella. El ángulo, es vital el maldito ángulo. Es imposible manejar bien la perspectiva desde este ángulo.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Veo que tu ventana del piso 16 es grande e indiscreta. Y que tienes una perspectiva donde se ven todas las historias. Gracias por contarlas a quienes estamos aquí abajo.

Marta dijo...

Como tardes mucho más en llegar no querré tomar helado de chocolate con trozos de galleta contigo.
Tenemos la fiesta de graduación con la facutlad a finales de mayo, creo que el 25-
La oficial con la familia es a finales de junio.
Tienes que pagarle 8 euros al adminitrativo de la facultad (el hombre del peluquín) para la cosa esa que nos ponen cuando nos graduamos.
VEN YAAAAAAAAAAAA

Carlos Álvarez dijo...

Muy buenas Marta, ¿qué tal te va todo? Como ves sigo entrando cada vez que puedo en tu blog, me gusta leerte y me siento cómodo con tus palabras.

Joe parace que nos conocieramos de toda la vida y son simplemente palabras, palabras que tienen mucho fondo o al menos así lo veo yo cada vez que te leo.

Muchos besos sevillanos para la francesa y espero verte prontito por aquí.

Anónimo dijo...

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Gracias Charly, me alegra verte por aquí y tener noticias tuyas.
Nos veremos en Sevilla.