"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

jueves, 15 de mayo de 2008

Nuestra historia


Esta noche Lyon está callado. Y yo también. Esta noche Lyon y yo estamos callados y esa es la mejor forma que tenemos de comunicarnos. No hace falta que le diga nada; él ya sabe.

Lyon me está mirando, de frente, y yo lo estoy mirando a él, estoy intentando mirarlo entero, quiero decir abarcarlo todo, desde mi piso 16. De noche, Lyon me pertenece más que en ningún otro momento del día, porque es cuando se asienta, cuando se serena, cuando se calla y nos quedamos en silencio él y yo, y ya he dicho que esa es la manera más honesta que tenemos de hablarnos. La Fourvière, allá arriba en la colina, también callada (ya hace horas que dejé de escuchar desde aquí sus campanas), me está diciendo que esté tranquila, no es que no debiera estarlo, es que me lo dice cada noche, como una oración sedante (pero esta noche es especial porque ya hacía tiempo que habíamos quedado Lyon y yo, en una cita íntima, un rendez-vous de printemps). La Croix Rousse, a lo lejos, me está guiñando el ojo de forma descarada, y el guiño me llega con cascadas de colores. La Catedral, más allá del Rhône y de la Saône, me susurra que su actividad favorita sigue siendo esperarme, y me invita a oler sus viejas imágenes mentales y a ver los últimos olores de la temporada, los que están en los árboles iluminados. Y oigo a la rue de Saint Jean desde aquí prometerme nuevas músicas de acordeón rebotando en el empedrado. Dice que se siente orgullosa al saberse mi calle preferida. A mí me gusta que ella se sienta así, ya sabía que era una presumida.

Estoy contenta de que nadie más nos entienda, a Lyon y a mí, no es una lengua fácil la nuestra, aunque yo la haya aprendido de una manera tan natural. Pero Lyon me dice que no se trata de eso, que no debo pensar así. Dice que a él no le gustan las exclusividades. Dice mucho pero en el fondo sé que está sonriéndose para adentro, y tiene una sonrisa traviesa. Ése es mi Lyon (le he enseñado a sonreír en español). Porque le conozco, yo le sigo la corriente.

A veces creo que Lyon se enciende y se alza en el horizonte sólo para mí, sólo para que yo lo disfrute desde el balcón, con o sin compañía. Él nunca me lo ha confirmado, y aunque fuese verdad nunca me lo diría, Lyon no es de esa clase de ciudades. Pero son de ese tipo de cosas que se saben de manera innata, como que las hormigas hablan todo el rato en las filas o que hay meses que no están rellenos más que de segundos.

Aún me acuerdo del día en que lo conocí. Parece que fue ayer, y hace tanto sin embargo. Yo era aún muy pequeña, incluso más que ahora. Y él estaba aquí esperándome, dándome la bienvenida, pero sin aspavientos, seria y cálidamente, como es él, consolándome en silencio y diciéndome que no tuviese miedo. Yo no tardé en agarrarme de su mano porque era lo que tenía, y nunca me defraudó, siempre ha sabido soltarme la mano a tiempo. Ahora me dice que está muy orgulloso y que confía en mí. Pero me lo dice de esa forma tan quieta, tan solemne, tan suya, que estoy creyéndome que de verdad confía en mí. También yo confío en él, confío en él y en sus luces, en él y en su lluvia, en él y su viento, en él y en sus ríos. Confío en que nunca dejará de ser acogedor y, sobre todo, en que nunca dejará que se le note que lo es.

No quiero que nadie hable mal de él, yo sé que él me defendería con todas sus armas. Y sus armas son letales: tiene armas de croissant, de olor a pan, de frío junto al río, armas de hierba con tierra, de cafés calientes, de calles cosmopolitas, de jardines escondidos. Y cuando siente que debe luchar de una manera más seria, Lyon se personifica en alguno de sus habitantes favoritos, a veces lo hace en hombres africanos dueños de restaurantes rojos que van a hacer sus compras en supermercados pequeños. Y entonces, ya sí, entonces Lyon es irredutible.

Siento el aliento de Lyon en mi espalda y ya no pienso que es sólo mío. Lyon me ha enseñado que las cosas más bonitas se comparten, y entonces son aún más ricas. Lyon dice que me quiere, pero también quiere a otros. Y yo he aprendido a quererlo por querer a los demás.

Digo todo esto porque a veces, aunque Lyon y yo sepamos hablarnos en silencio, a veces a Lyon le gustaría poder hablar también con los otros, porque tiene tanto que decir…tiene mucho que decir.

Si Lyon pudiese hablar…

3 comentarios:

Alisa dijo...

Se me ha olvidado desearle un feliz cumpleaños a un señor (hoy mayor)que se parece a Lyon

Anónimo dijo...

Perdona.... eso de hablar con Lyon... lo dije yo primero ehhh.... De hecho, lo escribi a alguien en un email alemán... je vais me balader... et je dois parler "con" Lyon...jejejej.. anda anda...

Alisa dijo...

Antes de leer el comentario ya sabía que eras tú...por tus puntos suspensivos...que siempre estás en suspenso...yo no necesito irme a balader para hablar con Lyon...yo hablo con Lyon desde chez moi...pero claro...como tú desde tu ventana sólo ves un árbol...pero ya que sabes hablar con Lyon...mira a ver si puedes hablar también con Erfurt