"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa
martes, 22 de febrero de 2011
¿Por dónde queda el mar?
En la ribera del Sena, una niña pelirroja se acuerda de Walter Blythe y lanza al agua una hoja que no está muerta. El barco vegetal va en sentido contrario a la corriente, y la niña comprende que peces multicolores la arrastran desde abajo. Peces luciérnagas que siguen los rastros de luz en la espuma porque, a pesar de la niebla, esta vez la luna sí que estaba tontamente llena. La hoja viva pasa por debajo de un puente anónimo porque esa noche los nombres de los puentes han dejado de tener importancia. Ni siquiera mañana la tendrán. Los nervios de la hoja, llenos de savia mojada, bailan un baile que es una mezcla de vals y de salsa, y la niña, celosa, se descalza y corre al otro lado del puente, pero no desde arriba, como siempre hizo, sino atravesándolo desde abajo. No tiene miedo; no le hace falta seguir la hoja con la mirada: sabe que le estará esperando al otro lado porque huele a un verde diferente al del río.
La hoja, muerta ya por el esfuerzo, no tiene nada más que decirle; resplandece frágilmente mientras la niña la lleva de nuevo a su regazo: una feuille morte como ella quería. Y, sentada debajo del puente que nunca tuvo nombre porque nunca lo necesitará, la acaricia suave, muy suavemente, porque está resfriada y se llama Laura, y hace mucho tiempo ya que tomó una decisión. "Cuánto hemos cambiado desde la última vez que te vi", le susurra nerviosa. "Je voudrais bien te manger".
Al día siguiente, la mañana la encontró en el quai, en un nuevo despertar de colores sin magdalenas. De colores importantes y definidos: rojo, azul, verde y amarillo. Et quoi d'autre?
lunes, 31 de enero de 2011
Des étoiles
miércoles, 8 de diciembre de 2010
viernes, 3 de diciembre de 2010
Pero
Y, además, cruzo los brazos.
jueves, 18 de noviembre de 2010
Diario
martes, 26 de octubre de 2010
Razones para no escuchar música
Música. Me dicen que vuelva con una frase y a mí lo único que se me ocurre es “música”. Pero qué irónica sorpresa. La música: eso que hay que evitar oír. O, al menos, que hay que manejar con precaución, con mucha precaución. Porque o es frágil, o pincha, o suena mucho, o no suena a nada.
En una ocasión, un rubio aficionado a las bicis (todo lo contrario a mí) me dijo: “La música, ahhh, la música… La música, tía, es lo que siempre está ahí. Tus grupos favoritos, tía, los cantantes que siempre te han acompañado, tía, ellos siempre estarán ahí. Cuando todo lo demás falle, cuando todo a tu alrededor se desmorone, tía, la música que te hace vibrar estará ahí esperándote (tía).” Durante cinco segundos estuve de acuerdo con él.
Si esta mañana hubiese estado escuchando música, comme d’habitude, cuando la flor de la ducha golpeó mi cabeza, todo habría sido mucho más confuso, y de seguro habría estropeado para siempre “Soma” de los Strokes, en el futuro probablemente asociada a una situación de patosa indefensión. Si, en el momento de abrir la pequeña ventana de mi ídem habitación, hubiera estado escuchando algo de mi Ale (sólo por probar si funcionaba lo que aseguraba el rubio de más arriba) me habría perdido el maravilloso acontecimiento de hoy, a saber: el trascendental paso en la vida de la niñita del segundo, cuya ventana de la cocina también da al patio, y que en este martes, por fin, ha decidido dar un respiro a su papá y beberse diligentemente su colacao, sin rechistar y haciendo creer a sus ingenuos vecinos que mañana no volverá a llorar. Si, al subirme a mi autobús verde, hubiera ido escuchando “Step Into My Office, Baby” no habría oído al conductor preguntarme por qué no vine ni un solo día de la semana pasada, yo no habría podido contestarle, él me habría tomado por una maleducada y nunca más habría vuelto a acceder a mi petición de bajarporfavorunpoquillolacalefacciónquemeahogoenestehorno. Si, más tarde, hubiera preferido escuchar a Kurt diciéndome “My girl, my girl, don’t lie to me” en lugar de prestar atención a mi compañera de viaje, no habría podido saber que el horóscopo de hoy me recomendaba cautela en mis palabras y, por tanto, quién sabe qué sarta de sandeces habrían salido de mi boca en este día (ni más ni menos, la sarta de sandeces que merecían salir de mi boca en este día). Si luego, en el metro, hubiera tenido “You and your heart” en los auriculares, no habría podido escuchar cómo un chico barbudo le contaba a una bonita pelirroja (sin duda, para impresionar) que ha comenzado una exposición de Renoir en no sé qué museo , yo no habría podido anotar mentalmente mirar en internet los horarios, no habría podido dejarlo para más tarde hasta que se acabara la muestra, y no habría podido conservar en mi memoria “aquella exposición que no recuerdo bien si visité o no, quizás sí, ah sí ya me acuerdo, creo que me gustó”. Si, al fin, al caer la tarde en mi salón, hubiera estado escuchando “Cry to me”, no habría podido darme cuenta de lo mucho que añoraba escribir en este blog, y mi humor estaría a la altura del día de hoy: gris tirando a negro, a pesar de que hoy sea martes y marrón.
El silencio, aunque a algunos bichos que conozco les ponga nervioso, qué bien suena…
Y diré algo, puesto que la libertad de expresión existe (en mi blog, claro): los músicos no saben escribir. Es más, los músicos escriben horrorosamente mal. Dicho esto, intuyo que no faltarán personas ansiosas de corroborar que yo canto peor. Muchísimo peor. Les invito a que escuchen esta canción:
http://www.youtube.com/watch?v=dYlAwvz8uwc
Pero no hagan nada más, por favor, sobre todo no se duchen, sólo escuchen, sin más. Porque si un amplificador (sin válvulas) se une a un pedal (boutique) para conectarlo a una guitarra (Fender) con pastillas (humbucker) y acompañar a un micrófono (cardioide) mientras se usa un cabezal (con twitters) y se mezcla todo con una consola de 24 (canales) para acabar editando con Pro Tools (HD), entonces se deja de escuchar música y, así, convendrán conmigo en que es preferible el silencio, sobre todo aquél que pone nerviosos a ciertos bichos feos.
jueves, 15 de abril de 2010
miércoles, 7 de abril de 2010
Nube
Nube era bella. Sus pestañas servían de reposo a las cigüeñas, sus mejillas eran pegajosas y su voz de color amarillo claro tirando a celeste.
Ella nunca sabría que guardaba un trébol en su ombligo, ni que las hormigas dormían apacibles con sólo sentir su presencia.
Sí, podría haberlo sabido, sobre todo porque sus alas eran de terciopelo blanco, expresamente traído del otro lado del planeta y, cuando él regaba su jardín, podía verse el arcoiris en sus rodillas.
Pero las semillas que vivían en sus cabellos supieron que nunca verían el sol, ni siquiera una vela. Y los hoyuelos de sus codos se enteraron de que no podrían lucir de morado, ni de naranja, ni de rojo... ni de color berenjena.
Los duendes del bosque han hecho una contra-fiesta y se derraman lágrimas unos a otros para aliviarse del calor (los duendes no tienen glándulas sudoríparas) porque es agosto y los señores del pueblo talaron todos los árboles y el sol lanza rayos implacables, y este año no están seguros de que venga alguna pequeña nube a darles un pequeño respiro.
Y yo no sé qué decirles, porque no puedo asegurarles de que el reciente cambio de hora no haya afectado a las horas. Y el tiempo nunca ha retrocedido de forma inexorable.
Y porque ya lo saben, ellos ya lo saben: que el poderoso sol a veces echa en falta alguna nube.
viernes, 31 de julio de 2009
faut pas trop savoir
jueves, 30 de julio de 2009
Les Feuilles Mortes
El escenario se llena de sombra negra que no es oscuridad sino ignorancia de luz.
Las luciérnagas intentan hacerse notar pero se olvidan de mover las alas.
De pie, en la escena de un antiguo teatro romano, desliza un saxofón que viene del caribe.
Sus labios acarician el metal y lo sabe. Que cualquier pequeño suspiro se convertirá en huracán para los cientos de oídos que se clavan en él. Abre sus pulmones, se llena del aire seco de la noche y piensa en su mamá cocinando plátanos calientes. Sabe que tiene un auditorio, y que no puede soplar desvaídamente, sino convertir en melodía cada partícula de aire que se aloja en las paredes de su estómago.
Un auditorio que no sólo abre bien las orejas sino que sobre todo lee en sus manos, le investiga su pecho, le escudriña los ojos y esta dispuesto a soltar amarras y dejar caer un par de lágrimas por menos de una hoja bailando.
Las columnas de mármol se vuelven pacientes. Todo lo demás es mentira.
Qué suerte que le escuchen antes de comenzar a soplar. Qué suerte enorme.
Y entonces, sentada en las gradas de piedra ahogando una sonrisa por ellos, por los que confunden progresismo con un patetismo qui n’est plus comique, se me ocurre que
Yo no soy capaz. Y le escribo a una luciérnaga que no conozco y que no tiene auditorio.
Allí donde algún actor romano de alguna tragedia griega aguardaba su momento de gloria (los momentos que se aguardan se espera que sean gloriosos) antes de recorrer el pasillo de piedra, vi una luciérnaga y pensé en ella, y luego en ellos, en los cómicos, en los que tienen de su parte a los muros, que les devuelven siempre lo que quieren escuchar: un eco de sí mismos. Una tragedia griega en un anfiteatro romano. Qué mala suerte para la luciérnaga.
A la parte alta de las gradas llegó mejor. El negro cubano me sorprendió lanzando al aire un puñado de hojas muertas, Les Feuilles mortes de una noche de verano al saxofón.
Y sentí que la luciérnaga que no conozco se merecía aquellas notas tanto como yo, unas notas que seguramente habrá escuchado antes, como yo. Vivement la mirada rizada de la izquierda.
Allí donde solía situarse el coro debería haber estado ella
“En las noches cálidas, es posible ver a las luciérnagas hembras iluminarse para atraer a los machos que sobrevuelan. Si se sienten amenazadas, desactivan la luz. Generan luz mediante un órgano especial situado bajo la cutícula (ectodérmico), situado en la parte inferior del abdomen, en intervalos de
Santa wikipedia: en las noches cálidas, es posible ver a las luciérnagas hembras iluminarse para atraer a los machos que sobrevuelan. Si se sienten amenazadas, desactivan la luz.
Así que, al fin y al cabo, las luciérnagas tienen su propia luz, aunque por periodos prefieran ocultarla. Entonces son ellos, los cómicos pasados de rosca, los que más necesiten un puñado de hojas muertas para poder seguir, porque ignoran la luz y hace ya tanto tiempo que comenzaron a comprar bombillas en el supermercado para alumbrarse. Lástima por ellos. Pena en los dos sentidos que tiene la palabra, en el español de España y en el de Latinoamérica.
Que la luciérnaga que no conozco me perdone. Ojala hubiera podido enviarle un puñado de feuilles mortes.
Vivement esa mirada rizada de la izquierda
La petite fille aux feuilles mortes (Edouard Boubat)
sábado, 17 de enero de 2009
Marie
La que repite esto sin cesar en la puerta del colegio trabaja allí pero no es profesora. Ella se encarga de cuidar a los niños en la cantine, durante el almuerzo, y también a los que se quedan después de clase a hacer los deberes porque sus papás trabajan. Como la hija de ella.
"Ne m'embrasse pas, ma chèrie". Repite a los niños que llegan, y que la miran indiferente: "no te beso, ¿y qué? Mejor". También repite eso a las mamás, que sonríen con la mitad de la boca, mirándola sin verla, sumidas en sus preocupaciones, y saliendo momentáneamente a la superficie del patio del colegio para escuchar de lejos a la pesada esa que siempre les da dos besos y que hoy dice no sé qué de que no puede besarles. Tant mieux. Y ahora por qué no salen sus hijos, con la de cosas que tienen que hacer...
Ella me mira con cejas de circunstancias, con sus ojos cómicos de rimmel seco que le hace lucir unas pestañas apelotonadas de payaso. Vuelve a explicarme que no puede besar a nadie porque está resfriada, y el rimmel negro en sus pestañas me commueve.
Bromea con los profesores que salen al patio, pero no todos comparten su sentido del humor. Ella me explica las bromas cuando se han ido, por si acaso yo tampoco lo comparto. Me dice que no lo hace para ser mala, sino para reir: "J'suis pas méchante, moi, c'est juste pour rigoler, juste pour rigoler...". Y termina siempre igual: "Hay que buscarse las ocasiones para reir, porque las ocasiones para llorar vienen solas y nunca faltan". Esta frase la repite siempre mirando a un lugar que debe de estar justo delante de ella pero que yo nunca veo. Y en esos momentos me doy cuenta de lo forzado de sus bromas.
Como si fuera la mamá de todos, riñe siempre a los niños que tiran sus ropas al suelo ("ahhh, c'est ta maman qui lave, pas toi, eh?"), abraza mucho a aquellos que vienen a abrazarla, obliga a todos a volver a ponerse los abrigos y pelea con los que pegan patadas a sus mochilas ("ahhh, c'est ta maman qui achète, pas toi, eh?"). Es de la escuela vieja. Cuando ella iba al colegio, no pasaban esas cosas, los niños cuidaban todo lo que traían, porque no tenían tantas cosas además, y respetaban siempre a los profesores. Pero ella los quiere igual, aunque no sean como los de antes, los pequeños mostruitos.
A veces también se enfada con ellos, como el día en que un niño le dijo que se sentía triste porque su profesora, que era muy guapa, no había podido venir, y debía sustituirla otro profesor. Ese profesor y yo estábamos charlando al lado de ellos en el momento en el que ella hizo la pregunta fatal: "¿Y no te gusta este profesor?" El niño miró al susodicho de arriba abajo (debo decir a su favor que se tomó su tiempo para reflexionar) y respondió que no, que prefería a su profesora, que era más guapa que él. El aludido y yo estallamos en carcajadas, pero a Marie no le hizo gracia alguna y le dijo al niño que era una falta de educación hablar mal de una persona delante de ella, que nunca debía decirse si se prefería a uno u otro.
El profesor puso en palabras mis pensamientos: "pero mujer, la culpa es nuestra, por preguntar". Pero ella siguió erre que erre porque, aunque gaste muchas bromas, en realidad se toma el mundo muy en serio.
El profesor y yo seguimos hablando:
"si uno pregunta, tiene que estar preparado para oír la respuesta".
"Es como cuando te preguntan que si quieres más a tu padre o a tu madre", le digo.
"Sí, hay muchas preguntas que no deben hacerse, muchas".
"Y, si se hacen, la respuesta es culpa del que pregunta", añado yo.
lunes, 12 de enero de 2009
lunes, 5 de enero de 2009
Queridos Reyes Magos

A veces está bien tener algún plan. A veces está bien anticipar las cosas agradables. A veces está bien tener algún plan, aunque no sea agradable. Otras veces, no hay nada como perderse de noche por la carretera y al amanecer enterarse de donde uno cayó rendido. No hay nada como parar el coche y bajar en un lugar oscuro con un par de linternas en los bolsillos. De todos modos, hace falta planear no tener plan. Afortunadamente, los planes se pueden cambiar. De esta manera, aunque uno planee comprar un roscón de reyes doce meses después, siempre es posible robarlo, cocinarlo, alegar que no tienes dinero, confesar tu mala memoria o desaparecer y dejar que otros lo compren por ti. No tener plan es un plan. Afortunadamente, también eso se puede cambiar. Y viceversa.
Queridos Reyes Magos, ¿podéis traerme unos cuantos planes con reserva de modificación? Con un par de ellos me vale, que hay que repartir.
domingo, 4 de enero de 2009
Chapoteando

¿En qué momento los charcos dejaron de ser eso para convertirse en desperfectos de la acera?
Con ella, los charcos siguen siendo espejos, aunque el resto del mundo crea que se trata de una foto del revés, de una más de sus fotos boca abajo, boca abajo como ella.
Es tan excepcional la lluvia en Sevilla que cuando cae deja a la Giralda en el suelo.
martes, 30 de diciembre de 2008
A veces no

La frase me da vueltas en la cabeza, ¿no? Bueno, creo que la frase me da vueltas en la cabeza.
Opino que, en las noches de fin de año, cada persona debería hacer, simplemente, lo que la hiciera sentirse feliz... ¿o no?
Creo que todas las noches de Reyes deberían pasarse en casa, si uno no quiere que los Reyes se equivoquen de domicilio, ¿no te parece?
A mí me parece que la situación en la que, forzosamente, tenga que echarse de menos a alguien es descorazonadora. No es ideal un permanente estado de extrañamiento, ¿o sí?
Las pelis en internet son contrarias a la esencia del Cine. Es mejor pagar entrada para verlas en pantalla grande, aunque... si no tienes demasiado dinero, está bien verlas en la tele, ¿no?, pero si no tienes tele, habrá que ir al videoclub, ¿no?, pero si el videoclub está a cientos de escalones de distancia, ¿no será mejor descargarlas de internet? ¿Sí? Pero con toses no, ¿no?
Odio las cosas que aparecen cuando ya nadie las espera, ¿no crees? El café con sabor a yaestarde debería ser más barato que el café con sabor a quizasiemprefuetarde, ¿no te parece? En realidad vale igual, el Nespresso de la cocina sólo lo hace de mandarina... creo.
¿Y las canciones sorpresa? ¿qué opinas? Son las mismas losetas, ¿no? la misma acera con el mismo bordillo roto, ¿eh?, ¿eh? Es increíble que todo esté igual, ¿no? Ah, sí, creo que entretanto llovió, hizó sol, derrapó un coche, orinó un perro, cayeron granizos, se rompió un cristal, vomitó un vecino, se derramó una bolsa de basura y un niño se clavó algo en la rodilla que dejó sangre cuajada durante tres días. Es increíble que esté igual, ¿que no? Ah, bueno, tú lo miras diferente, ¿es eso? Ya, pero vemos lo mismo, ¿tú qué dices? Ah, que no...
Estoy enfadada, ¿no? Debería estar enfadada, ¿eh?, ¿eh?
Mmmm, esta tableta de chocolate es la mejor que he probado en mucho tiempo, te lo digo, con diferencia... ¿no?
Qué bien se está al sol, ¿no? qué bonitos les Champs Elysees en navidad, ¿no? Qué bueno está este vino, ¿no?, es fácil de poner, ¿no? qué bien que estés aquí, ¿no? qué de tiempo hacía de esto, ¿no? una buena oportunidad, ¿no? sólo es eso, ¿no? no me importa, ¿no? gané esta vez, ¿no? está todo claro, ¿no? Me encanta este libro, ¿no? No va a estar ahí, ¿no? Hará unos tres años, ¿no? Terminó la carrera, ¿no? Tengo una carrera (en la media), ¿no? Quiero hacer un pacto, ¿no? Yo tengo razón, ¿o no? Tú lo piensas, ¿no?, lo piensas, ¿no?, tú piensas, ¿no?
Pero tía, ¿a tí qué te pasa?, ¿necesitas siempre confirmación?
A veces sí; a veces no ¿no?
martes, 16 de diciembre de 2008
una mujer con sombrero
En la entrada hay una postal de Chagall
Y yo tarareo en silencio cada vez que paso por delante de ella
o sea
todos los días.
http://www.youtube.com/watch?v=_nbFvSpETIs
A veces las palomas arañan,
nadie sabe por qué, es un misterio antiguo,
a veces las palomas plateadas atraviesan el esternón,
pero amanece uno nuevo cada día
aunque se siente miedo,
igual pasa con las llamadas telefónicas,
pero siempre se mira desde el prisma inoportuno.
Es cierto
aquí no hay playas
pero yo conozco una playa bonita
lo que no tengo son
palomas.
viernes, 24 de octubre de 2008
Hormigas
A las siete de la mañana, el frío no se llama así. Baja rápido la colina que el aire corta hacia arriba, y es como si te estuvieses sumergiendo en el vapor de ducha de un iglú. Las aceras sinuosas más idiotas te obligan a cruzar al menos cinco veces la calle para poder seguir hacia delante, y a veces hay que esperar hasta cinco veces para poder cruzar, casi es el mismo coche el que te paraliza en los cinco bordillos. Y entonces tienes que sacarte cinco veces las manos de los bolsillos. Como hormigas en fila india marchando hacia el hormiguero, así tiene que verse desde arriba, o desde un satélite, o desde el café de la esquina, donde el señor de la chaqueta oscura lee el periódico con el ojo derecho y mira los obligados cambios de acera con el izquierdo, sentado a la temperatura matinal de la colina. A los ejecutivos, el frío les despierta. La crisis es mucho peor, dónde va a parar.
El hormiguero en el que todas desaparecen tiene cuatro líneas, cada una de un color. En el metro, las hormigas miran al suelo, porque si hay algo peor que ver a otras hormigas a las siete de la mañana es ver a los que aún no se han convertido en hormigas o a los que dejaron de serlo. O a los que nunca lo fueron, porque la pregunta de ¿y qué fueron? provoca temblores nerviosos. Una chica lee a Hemingway en francés (obvio): L’étrange contrée. Una mujer se deja zarandear por los vaivenes del hormiguero sin levantar la vista del 20 Minutes. Las más conmovedores son las hormigas convencidas de que son otro tipo de insectos: llevan cascos enormes bajo los que esconden la parte de su cabeza que el probable flequillo deja libre y escuchan música incrustándose casi en el suelo, para evitar cualquier estímulo externo en donde puedan ver reflejadas las convencionales hormigas que son.
A veces he buscado si existen carteles donde se lea algo así como “prohibido observar”. Defense d’observer.
En el tranvía, una vieja lleva una bufanda enrollada al cuello que le sube por la cabeza como una serpiente. Su mirada, que no es de hormiga pero que tampoco observa, habla de un frío resignado, de un frío d’ailleurs. No es aquí donde había planeado pasar su vejez, no en el T1 direction Porte des Alpes sintiendo el viento helado del río en sus manos arrugadas.
En la próxima parada, en esa que siempre hay prisa por bajarse, un anciano, que más que anciano es viejo en el mejor sentido de la palabra, sube al tranvía con una sonrisa que le alisa la cara. Su tarjeta del metro no quiere salir del bolsillo de sus pantalones grises, tiembla como un flan al lado de su pierna. Qué difícil es pasarla por el lector cuando la mano sacude la tarjeta como si fuese una maraca, y abre más su sonrisa mientras lo intenta, una sonrisa de disculpa a todas las miradas bajas que viajan con él en el tranvía. Qué suerte tener la mirada alta y una sonrisa en la boca, aunque te tiemblen las manos. Quiero ponerme delante de él, perder el equilibrio como tantas veces me pasa en la curvas del tranvía, y demostrarle que yo también tiemblo. Colocarle una hilera de hormigas en frente y enseñarle que no hay ni una sola que no esté temblando, quizá no en las manos, otros temblores más terribles, que de verdad que no hace falta que esconda usted su mano en el bolsillo porque a todas las miradas vacías con las que se cruza les tiembla la barbilla, o debería temblarles.
El horóscopo del tranvía dice de “Taureau”: une surprise viendra de l’étranger.
Ojalá que la sorpresa sea un gorro de lana que le envía su nieto desde el país ese que tiene los octubres cálidos y los trabajos fáciles, el nieto al que aún no le tiembla la mano, motivo de sonrisa más que suficiente.
domingo, 5 de octubre de 2008
Cristal redondo
« Tu ne vas pas sauter, eh? Non, tu ne vas pas sauter... »
Un hombre mira a través de un cristal. El cristal es redondo y casi de su tamaño. Su tamaño cuando está de pie es proporcional a la habitación en la que se encuentra, aunque la habitación está tan oscura que parece enorme, como una explanada plana y cubierta, es decir, con techo, es decir, que no hace falta paraguas para poder leer en su interior. El hombre mira a través del cristal porque no encuentra el interruptor de la luz. La ventana es redonda, como el cristal. El hombre tiene gafas redondas, y mira el cristal redondo de la ventana a través de las lentes redondas de sus gafas. El hombre tiene barba y está tranquilo, aunque no es tranquilo, y fuma un puro gordo y de negocios. Cada vez que el hombre exhala el humo, un círculo de vaho se forma en el cristal. El hombre tiene ganas de escribir su nombre con el dedo, o de dibujar una espiral, pero su gabardina larga y sus aires de señor calvo y distinguido le impiden dibujar con su cuerpo, y en esto no hay excepciones. Fuera hace frío, el hombre puede ver los techos helados de las iglesias y a la gente que camina rápido, a pesar de que sólo es un sábado temprano en la mañana. El hombre tiene un secreto: no sabe fumar. El hombre aspira con sus labios tocando el extremo del puro, pero el humo que sale sólo se pasea por su boca, colorea sus dientes y vuelve al exterior sin haber pasado por ninguno de sus dos pulmones; por eso, el hombre tiene siempre mal aliento y unos pulmones muy sanos.
El hombre de las gafas entrelaza sus manos en la espalda y juega con sus dedos gordos y blandos y, a pesar de sus pulmones tan sanos, el hombre tiene miedo de caerse por la ventana; no es que el hombre quiera tirarse, pero es que le ventana es demasiado grande para su tamaño, precisamente porque es proporcional.
El hombre sale a tientas de la habitación oscura de la enorme ventana y camina por la calle. El hombre no tiene nada que hacer un sábado temprano en la mañana, aunque tampoco tiene nada que hacer un lunes por la mañana, ni siquiera un miércoles por la mañana.
El hombre camina hacia la estación de tren, pide un café y se sienta en un andén. Durante tres horas y media, el hombre ve pasar a 487 personas. El hombre ve a una chica que se pasea con una sonrisa de izquierda a derecha retorciéndose las manos, y se imagina a quien puede estar esperando durante diecisiete minutos; el hombre ve a una pareja de mediana edad despidiéndose de su hijo, y se da cuenta de que ninguno de los tres fue capaz de decir lo que quería decir; el hombre ve a una mujer bonita con gafas de sol que llora sentada en un banco, y que tampoco tiene prisa, como él; el hombre ve a una mamá que no es capaz de coger a la vez un bebé y una maleta; el hombre ve a una pareja joven con mochilas en la espalda y ojeras felices.
A la salida de la estación, el sol ha salido y el hombre se fuma otro puro.
El hombre pasa por un puente de su ciudad y camina más despacio; el hombre sabe que en los últimos años ha cogido algunos kilos que le pesan en su espalda y en los puentes, y como tiene miedo de forzar las cosas, el hombre prefiere la lentitud en casos como éste. Hay una chica a la mitad del puente que tiene los codos apoyados en la baranda y los ojos cerrados; la chica parece que está respirando el sol, un sol congelado de frío, como hace el hombre cuando huele a alguna comida rica y quiere que el sentido de la vista no entorpezca su sentido del olfato. El hombre la observa durante unos minutos, y la chica no se mueve, ni siquiera le importa la presencia de él, y eso que cada vez está más cerca. El hombre decide hacerse notar:
“Tu ne vas pas sauter, eh, mademoiselle?” “Tu ne vas pas sauter... ”
La chica sonríe y tiene miedo de que el extraño de la barba con gafas quiera saltar desde el puente.
lunes, 1 de septiembre de 2008
Ajosto
Podría decir que fue por falta de medios técnicos, y diría media verdad (y no quiero mentir dos veces si digo la otra mitad, como diría Machado).
Así que cargaré de responsabilidades los hombros del mes de agosto, el mes más lleno de culpas de todo el calendario.
Si tengo que sacar alguna conclusión dejaré hablar a Pessoa:
“Me gustaría estar en el campo para que me pudiera gustar estar en la ciudad. Me gusta, sin eso, estar en la ciudad, pero con eso mi gusto serían dos”.
Un mes que se evapora con la rapidez del perfume barato, que ha permanecido espeso y persistente como una tormenta de verano, que ha zarandeado lo inamovible, ha soplado sobre lo que nadie había pedido, ha desaparecido entre ramas y vuelto a aparecer como un rayo, descompasado, a destiempo, con ritmo propio, habitual e imprevisible, pero ha sobrevivido al fin un nuevo año… el pobre mes de agosto. No hay derecho a que lo vapuleen de esa manera cuando nos regala regularmente magníficas estampas de la ciudad vacía… y sin embargo la fluidez no se siente hasta que no llega el eficaz septiembre, azul y activo.
Sí, agosto nos paraliza y no siempre tenemos la capacidad para apreciarlo (o se nos ha olvidado cómo paralizarnos).
Aunque también es cierto que se viven millones de agostos diferentes y, para ser del todo justos, me consta que en algunas partes del planeta ha habido más actividad de lo acostumbrada por estas fechas. Y es que, para alegría de las empresas periodísticas, terror de los becarios obligados a buscar temas en las conchas de las playas, y desgracia de los lectores, en este mes es cuando más prensa se lee. Y esto es algo que no se le escapa a uno de los lectores habituales del blog.
“La lectura de los periódicos, siempre penosa desde el punto de vista estético, lo es con frecuencia también desde el moral, incluso para quien tenga escasas preocupaciones morales.
Las guerras y las revoluciones –hay siempre una u otra en curso- llegan, en la lectura sobre sus efectos, a causar no horror sino tedio. (…) No hay ideal que valga el sacrificio de un tren de hojalata. (…) Ante el curso inimplorable de las cosas, (…) el tedio de contemplar sin utilidad lo que no se realiza nunca, qué puede hacer el sabio sino pedir el reposo, el no tener que pensar en vivir, pues basta tener que vivir, un poco de lugar al sol y al aire y al menos el sueño de que hay paz del otro lado de los montes”
Apuesto a que el lector al que he hecho referencia tiene algo que decirle al respecto a esta quasi licenciada de pacotilla.
Agosto ha dejado de ser morado por un año, y ha sido a, ha sido, jota, ha sido o, ha sido ese, y ha sido te, ha sido eso y mucho más, muchísimas ciruelas más.
Y a mí me acaba de salir una entrada de mes de agosto.
Por eso le doy una calurosa bienvenida al mes de septiembre. Por el bien de todas las letras del abecedario.
martes, 5 de agosto de 2008
Esa niña rubia

Me cansa el discurso de que uno tiene aprecio a determinadas cosas porque le enseñaron algo. Está raído y no me lo creo. Hay tantas cosas bonitas inútiles… Pero no es menos cierto que con Alicia en el País de las Maravillas aprendí.
De aquella niña con vestidito azul voy a intuir que no todas las protagonistas tienen que ser princesas (creía que el único requisito imprescindible era ser rubia), y que no tengo que hacerme mayor para que el mundo me haga algo de caso. Voy a aprender que el hallazgo del amor no tiene por qué ser siempre el final feliz de la historia, ni siquiera el final; que voy a preferir siempre los gatos a los perros, que tengo ganas de probar las setas alucinógenas. Con ojos abiertos delante de la pantalla voy a observar que es fascinante comerse una galleta, y que las perlas de las ostras son tan bobas como peces en un acuario (fue en ese momento cuando mi consideración con los habitantes del fondo del mar bajó hasta las profundidades del ídem). Y también comprendí que no hay que tomarse nunca en serio a los mayores.
La lagartija deshollinadora es el único personaje que me transmitía una sensación de desolación, pero me ha servido siempre como modelo para clasificar a determinadas especies del género masculino, a veces ejemplares que desaparecen lastimeramente sin dejar rastro, y del que pocos notan su ausencia.
El conejo es un personaje huido de alguna página de Marcel Proust, y es a la vez un hombre “moderno”, estresado, apurado para coger el metro en el último minuto, pase lo que pase. Por eso cae mal. Alicia, por el contrario, no busca tiempo, sólo quiere saber por qué el conejo no está disfrutando de su no cumpleaños y hasta dónde quiere llegar, en otras palabras, para hacer qué es que quiere ahorrarse el tiempo. Él me hizo pensar que el tiempo que ahorrase pintando las rosas de rojo más rápido que los demás, me gustaría aprovecharlo pintando las rosas despacio, aunque ciertamente no llegase del todo a comprender por qué las verdaderas rosas tienen que ser rojas y no rosas.
Y por mucho que la viese y me supiese de memoria las escenas del jardín o de la oruga porreta, Alicia en el País de las Maravillas me dejaba en la boca un sabor picante y un recuerdo multicolor. Y para mí sigue siendo como aquella tarea que nos mandaban en el colegio en Educación Plástica que consistía en llenar un folio de colores, pintarlo todo con cera negra encima, y luego raspar e ir descubriendo la explosión de rojos, amarillos, verdes, azules, naranjas…con infinita libertad de formas.
El hueco del árbol lo encontré varias veces pero no era de verdad. Sigo buscando.
martes, 15 de julio de 2008
Peldaño a peldaño
dice que el tiempo de los besos no ha llegado
(Vicente Aleixandre)
(...) no es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. (...)
(García Lorca)
Consejo superfiolosófico: "Hazte una fotografía y si sales es que existes"
El tren nos hará siempre pensar en un crimen que huye.
En los cristales del ferrocarril subterráneo nos hacemos la fotografía más efímera del mundo.
(R. Gómez de la Serna)
INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
(Julio Cortázar)
Hay gente que cree que todo cuanto se hace poniendo cara seria es razonable.
Me dije a mí mismo: "Es imposible que yo crea esto", y al decirlo observé que ya era la segunda vez que lo creía.
(Georg Christoph Lichtenberg)
domingo, 13 de julio de 2008
If I Laugh
If I laugh just a little bit
maybe I can recall the way
that I used to be, before you
and sleep at night... and dream
miércoles, 9 de julio de 2008
Sueño

Me pregunto si todo el planeta está viendo la luna creciente como yo la estoy viendo ahora, pero descubro que sólo la veo creciente en el cielo: en el río está menguando.
Una voz, ahora femenina, me pregunta si el sol y la luna son la misma cosa. Yo quiero responder, pero antes de hacerlo me acuerdo de alguien diciendo que a los bebés hay que hablarles seriamente, y llego a la conclusión de que, entonces, a los adultos hay que hablarles en broma, y no sé qué responderle a la voz.
Pienso que hay pocos paisajes tan bonitos como éste, y comienzo a decir en voz alta: “pienso que hay pocos paisajes tan bonitos como…” pero me doy cuenta de que no hay nadie más en el puente. Quiero hacer una foto y meto la mano en el bolso, pero el bolso se convierte en una bolsa de aseo y sólo encuentro una tableta de chocolate. No me sirve y la dejo en la calle, en medio del puente, hasta que se derrite. Continúo mirando el río, que tiene unas ondas muy extrañas, como si muchas personas hubiesen arrojado piedrecitas, pero no hay personas ni piedrecitas. Esas ondas no son olas, sólo hay olas en el mar. A los ríos hay que aceptarlos tal como son. Ganas tremendas de comer chocolate, busco con la mano en la mochila de cremallera rota y sólo encuentro una cámara de fotos. Quiero inmortalizar la belleza del momento, pero me acuerdo de que a mí no me gusta tomar fotos de paisajes sin gente, así que arrojo el aparato al río.
Entonces, la superficie del agua se llena de globos oculares, un montón de ojos idénticos que flotan y pestañean y se chocan y parece que están bizcos, pero no pueden estar bizcos porque son independientes. Estoy buscando un ojo que se distinga del resto, pero todos me parecen iguales. De pronto, tengo la certeza de que ese ojo diferente está justo debajo del puente, y yo no lo puedo ver, pero lo adivino. Creo que ese ojo, tarde o temprano, tiene que deslizarse hacia el otro lado, así que me dispongo a esperarlo, con los pies colgando sobre el Guadalquivir, a punto de caerme al agua, sentada en un extremo del Puente de Triana, sobre uno de los arcos.
Creo que debería hablar con Freud
jueves, 3 de julio de 2008
El unicornio que nunca tuvo

O, como me dijo mi amiga sabiamente, “sí, claro, porque le recuerda al unicornio que nunca tuvo”.
El hombre de la barba sigue intentando integrar al de las maletas:
- Venga pisha, mira er fresquito que hace e’ta noshe, ya verá qué bien vamo a dormí hoy.
Yo continué sentada en el banco, no muy lejos de ellos, esperando a alguien que nos iba a traer las maletas a mis amigas y a mí. Pero ya no sé si quiero que ese alguien venga. Yo continué esperando y pensé que lo que yo quería era escribir para que tipos como aquellos me leyesen y siguiesen comiendo sus bocadillos de mortadela.