"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

lunes, 21 de enero de 2008

Boris


Boris huele mal. Boris era mi compañero el semestre pasado en una asignatura muy interesante que se titulaba Tratamiento de la Información sobre los Recursos Humanos y el Empleo, y también en EEUU en el siglo XX. Pero, sobre todo sobre todo, Boris era mi compañero en Historia de Rusia.

Boris no se lava mucho, más bien no se lava nada, eso se nota a leguas (así que en el banco de al lado la experiencia es extra-intra-corporal). Digamos que Boris no conoce jabón.
Si se afeitara la larga barba y pusiera un poco de orden en la enmarañada melena, probablemente tendría una cara agradable. Pero cuesta horrores hacer esa abstracción.

Boris tiene los ojos grandes y la cabeza llena de ideas. Y las botas muy sucias. Será por eso que se las quita en cada clase y en cada fiesta y nos enseña a todos sus calcetines. Al fin y al cabo, pensará, su olor no es mucho más desagradable cuando está sin zapatos que cuando los lleva puestos.

Boris es decidido y sabe lo que quiere. Boris quiere a Marx. Boris se empeñó en que en la exposición que teníamos que preparar juntos sobre el coste del trabajo y los salarios añadiéramos “la opinión de Karl Marx sobre las deslocalizaciones y las multinacionales, que nunca nadie la menciona”. “¿No será, Boris”, le dije yo, “que Marx no tenía opinión porque no había multinacionales?”
“No, no, pero la tendría si viviese, y eso es lo que voy a decir yo”. Y lo dijo, y también le dijo al profesor que sabía que él quería que hablásemos sobre las multinacionales y las empresas y sus mecanismos para ganar dinero, y su contribución al PIB de la nación y todas esas cosas, pero que, como las empresas le importaban una mierda, él iba a hablarles del Estado. Y yo fui la sucia capitalista de nuestro trabajo que intentó salvar la asignatura.

Boris también quiere otras cosas. Por ejemplo, hacer todo el rato la revolución. Boris ha organizado cada una de las Asambleas Generales del IEP para intentar bloquear la facultad y protestar contra la ley de Sarkozy, ha hecho campaña pour le blocage y, como no lo ha conseguido (no ha sido su culpa, el chaval desbordaba entusiasmo pero ha chocado de frente con el ala Zaplana de mi fac), se ha ido a liderar los bloqueos de otras Facultades camaradas. No hay una sola vez que hable con él y no me entregue algún panfleto de manifestaciones, viñetas contra el gobierno, revistas político-satíricas fabricadas por él y sus amigos o papeles (algo más que) críticos con la policía. Boris me hace sentir siempre que estoy en un capítulo de Cuéntame y juro que durante algunos minutos me veo en sepia. Él no ha corrido delante de los grises pero es cara habitual entre los policiers lyoneses. Tan familiar es para ellos que la última vez quisieron tenerlo más rato y se lo llevaron a la comisaría. Si yo fuese una cuentista, la historia, que se ha podido leer en los periódicos de toda la France, sería más o menos así:

Érase una vez un grupo de estudiantes reunidos en la Universidad Lumière 2 que deciden atrincherarse y pasar allí la noche para protestar contra un presi malo. Y he aquí que a uno se le ocurre que con tanto gasto de energía y de determinación iban a pasar más hambre que el perrounciego y que alguien tendría que ir a comprar comida. Y he aquí que todos coinciden en que tienen mucho apetito y muy poco dinero. Y de repente, a alguna cabeza pensante se le apaga la bombilla y expone un plan obvio y meridiano: “sólo tenemos que ir al Leaderprice, llenar varios carritos de suculentos manjares, salir sin pagar, que pa eso somos estudiantes, volver a la fac y llenarnos la tripita”. Era el crimen perfecto, aún se preguntan cómo pudo fallar. El caso es que la mala suerte quiso que unos policías muy astutos, provistos sin duda de aparatos de high technology y con la inestimable ayuda de algún topo infiltrado, se enterasen del sucio asunto y detuviesen a 13 de los estudiantes reunidos. De entre los 13 detenidos había al menos uno que no había participado en los hechos y que, sin embargo, fue el primer arrestado, acusado de ser el cabecilla de todo el tinglado: mi Boris. Los escépticos policías no creyeron a Boris cuando este les dio su argumento irrefutable de por qué era imposible que él estuviese implicado en el robo: él nunca jamás ha pisado ni pisará un supermercado, templo del consumismo; él sólo compra en tiendas biológicas respetuosas con el medio ambiente (voilà, creo que en ese tipo de tiendas no venden jabón). El descojone de los policías no le evitó a Boris una estancia de dos noches entre rejas ni, según su versión, gritos continuos, desagradables interrogatorios o duras represalias cuando, después de todo, se negó a hacerse el test de ADN que le pedían. Ahora está pendiente de juicio y tiene que pasar cada semana por comisaría para firmar en un papel. Pero lo que más le duele a Boris es que le hayan confundido con una de esas personas irresponsables que van y compran en los supermercados de este nuestro sistema.

Cuando no está bloqueando universidades, Boris viaja. Boris ha ido a Finlandia en bicicleta para no contaminar. Tardó tres meses en llegar y, durante el trayecto, para estar en comunión con la naturaleza, siempre que encontraba un campo clavaba su tienda de campaña en el cálido suelo polaco, lituano, ruso, etc. y disfrutaba de la brisa nocturna de aquellas tierras. Cuando no encontraba campo pedía refugio en casas de desconocidos amables e, imagino, resfriados o con sentido del olfato poco desarrollado. Con eso se ganó el respeto de todos los alumnos del IEP, los de derechas y los de izquierdas, que utilizan mucho, cuando hablan de él, una palabra cuyo significado, más allá de su uso en sintaxis y gramática, a menudo se me escapa: la coherencia.

Yo no sé si Boris será coherente o no, pero nunca le pidas apuntes si no tienes una lupa de lente extra grande en casa: ha desarrollado una increíble capacidad de escribir con miniaturas que llama letras el contenido entero de un semestre en un solo folio por delante y por detrás. Supongo que con eso, por lo menos, habrá salvado un cuarto de tronco de árbol.

A cambio de todos esos disgustos que me da, Boris me ha prestado varios libros ininteligibles de macroeconomía de la solidaridad, de las deslocalizaciones y el capitalismo, y de la globalización económica y cultural. También me ha enseñado que el periódico comunista francés se llama l’Humanité.

Que no se lave no significa que no sea educado. Boris lo es, y siempre pregunta antes de sentarse en la silla vacía que está a tu lado.
Boris también pregunta otras cosas: en la última clase quiso que alguien le dijese para qué sirve el trabajo. Nadie respondió. Por eso yo siempre trato de responderle a las preguntas fáciles como que sí, que sí que puede sentarse a mi lado.

Boris siempre está muy atento en las clases y, aunque su inteligencia se le nota desde casi tan lejos como su mal olor, Boris siempre dice que no sabe y quiere que se lo expliquen todo. Es cierto: Boris está un poco pasado de moda

A pesar de ello, o quizás por ello, Boris me cae bien. Pero no tiene remedio: Boris huele mal.

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