"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

lunes, 4 de febrero de 2008

Rencontre fortuite

Foto tomada por Fino


-¿Te imaginas que un día, avec le temps qui passe, nos encontramos casualmente en París?

- ¿Cómo sería?

- Tú saldrías de una boulangerie de Montmartre con un croissant crujiente entre las manos. Fuera estaría lloviendo, pero no tanto como para abrir el paraguas que siempre olvidas. Se te caería algo al suelo, como habitualmente. Un boli, los guantes, unas llaves…

- Tú habrías ido a Montmartre a visitar a un amigo, porque ese no es tu barrio ni tu quartier. El piso alquilado en el que vives daría a los jardines de les Tuleries, aunque en el fondo prefieres Montmartre porque está en una colina. Estarías caminando, leyendo en Le Monde un estudio de una universidad norteamericana que ha descubierto que de cada cien canciones que salen nuevas al mercado, ochenta y cinco contienen la palabra amor. Y estarías pensando que el mundo es tonto, y triste, y previsible.

- Entonces tú te agacharías para recoger las llaves o los guantes, pero se te caería otra cosa al suelo, quizás tu gorra, y se te estropearía en el pavimento sucio y mojado de París.

- Sí, de la rue Pizay. Y tú pensarías “qué desastre de chica”, y te detendrías delante de mí, pero no por curiosidad ni para ayudarme, sino para poder seguir pensando que qué desastre de chica, pero parado.

- Al principio no me reconocerías. O, mejor, no te reconocería yo a ti. Quizás porque tendrías el pelo corto, o liso, o rizado y quizá por eso no te reconocería.

- Tú habrías cambiado de abrigo y me preguntarías qué hacía yo en París. Yo no sabría qué responderte y me reiría, porque ese es el gesto más fácil cuando no sabes algo o se te olvidan las cosas.

- A esas alturas ya estaríamos los dos empapados.

- Y, quizás, en lo que dura un pestañeo, con los ojos cerrados imaginaríamos que estábamos en alguno de los puentes de Lyon.

- Pero no te lo diría.

- Yo a ti tampoco.

- Yo miraría tu croissant y si había cambiado tu forma de mover las manos, y trataría de adivinar en tu bolso o en tu ropa si estabas de paso, si venías sola o si tendrías el tiempo y las ganas de tomar un café conmigo.

- Pero no te atreverías a decírmelo y dudarías porque sabrías que en la mesa te aguardaría una avalancha de preguntas espesas para mojar en la taza. Así que sería yo la que acabaría invitándote a ti, porque, al fin y al cabo, mi croissant se me estaría mojando.

- Y yo aceptaría irreflexivamente. Pero no a un café a la francesa. Sólo a un café. Para que no hubiera nada que pudiera ser previsible.

No hay comentarios: