"A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não é o que vemos, senão o que somos."
Fernando Pessoa

viernes, 30 de noviembre de 2007

Los fantasmas de París












Y me retuvo. Y la luna color viejo saxofón estaba allí (aunque algunos se empeñen en llamarla "sol"). Y allí estaba París, tan igual y tan distinta desde la última vez que la ví. Y merece la pena, las huelgas, las interminables esperas en el metro, el retraso de los trenes en la estación más fría del mundo (me falta mundo) sólo con mirar durante un segundo el ángulo más oscuro de Notre-Dame reflejado en el Sena desde el Puente de Las Artes. Sólo con tener a la vista todas las azoteas de París desde la colina del Sacré Coeur mientras un guitarrista francés pone la banda sonora y dos cordobesas se deshacen en sonrisas. Sólo con acercarme, una vez más, a la Ópera y buscar a ese fantasma, a Erik, en el palco número 5.

De él iba hablando hace poco mientras remontaba los Campos Elíseos destino Gare de Lyon y las luces azules en los árboles de la Avenida me decían lo que ya sabía: que echaría de menos París. A Erik y a su ciudad les dedico esta entrada:

Al llegar a este punto de su relato, parece que el Fantasma se puso de pie tan solemnemente, que el persa, que había vuelto a sentarse, tuvo que volver a levantarse, como obedeciendo al mismo impulso y comprendiendo que era imposible permanecer sentado en un momento tan solemne y hasta se quitó (el mismo persa me lo dijo) su gorro de astracán, a pesar de que tenía la cabeza afeitada.

–¡Sí! Me esperaba –prosiguió Erik, que se puso a temblar como una hoja, pero a temblar con una verdadera emoción solemne...–, me esperaba de pie, rígida, viva, como una verdadera novia que ha comprometido su salvación eterna...
Y cuando yo me adelanté, más tímido que una criatura, no me huyó... no, no... permaneció allí... me esperó... y hasta me parece, “Daroga”, que adelantó un poco, ¡oh!, muy poco, su frente como una novia viva... Y yo..., sí... ¡yo la besé!... Yo... ¡Yo... yo... ¡Y no cayó muerta... Permaneció sencillamente a mi lado... después que la hube besado así... en la frente...
¡Oh! “Daroga”, ¡qué bueno es besar a alguien! ¡Tú no puedes saber lo que es eso... ¡Pero yo... ¡yo... Mi madre, “Daroga”, mi pobre madre, no quiso nunca que yo la besara... Huía, arrojándome el antifaz... ni ninguna mujer, jamás, jamás, jamás consintió en ello... ¡Oh!, entonces, ¿verdad?, ante semejante felicidad lloré. Y caí llorando a sus pies... Y tú también estás llorando, “Daroga”... Y ella también lloraba... lloraba como un ángel...
Al contar estas cosas, Erik lloraba y el persa, en efecto, no podía contener sus lágrimas ante aquel hombre enmascarado, que con los hombros sacudidos por los sollozos y las manos oprimidas contra el pecho, ora jadeaba de dolor y ora de enternecimiento.


–...¡Oh!, “Daroga”, sentí sus lágrimas correr sobre mi frente. Eran cálidas... eran suaves... Corrían por debajo de mi máscara sus lágrimas e iban a mezclarse con las lágrimas de mis ojos... corrían hasta mis labios... ¡Oh!, sus lágrimas bañando mi cara. Escucha, “Daroga”, escucha lo que hice... Me arranqué la careta para no perder una sola de sus lágrimas...
Y no huyó... Y no cayó muerta... Permaneció viva llorando sobre mí... Junto conmigo... Lloramos juntos... ¡Oh! Dios, infinitamente bueno, en ese instante me concediste toda la
felicidad del mundo.

Y Erik se desplomó jadeante en el sillón. El persa se precipitó hacia él, pero lo detuvo con un ademán.
–¡Oh!, no voy a morir enseguida, en el acto... pero déjame llorar...

Al cabo de un rato el hombre de la máscara dijo:
–Escucha, “Daroga”, escucha bien esto... Mientras yo estaba a sus pies... oí que Cristina decía: “¡Pobre, desdichado Erik!” ¡Y me tomó las manos!... Entonces, ya no fui, “Daroga”, como comprendes, más que un pobre perro a sus pies.
Figúrate que yo tenía en la mano un anillo, un anillo de oro, que yo le había dado... que ella había perdido... y yo había encontrado... Una sortija de compromiso, ¡vamos! Se lo deslicé en su pequeña manita y le dije: ¡Toma esto! Toma esto para ti... y para él... Este es mi regalo de bodas... el regalo del pobre desgraciado Erik... Sé que lo amas a ese joven... ¡No llores más... Me preguntó con voz suave qué quería decir. Entonces le hice comprender, y enseguida comprendió, que yo no era para ella más que un pobre perro, dispuesto a morir... y que ella, ella podía casarse con el joven cuando quisiera, porque había llorado junto conmigo.
¡Oh!, créeme, “Daroga”, cuando le decía esas cosas, era como si me arrancara el corazón, pero había llorado conmigo... y había dicho: “¡Pobre desdichado Erik!”

La emoción de Erik era tal que tuvo que advertirle al persa que no lo mirara, porque se ahogaba y se veía en la necesidad de quitarse la máscara. El “Daroga” se dirigió a la ventana y la abrió, con el corazón oprimido por la piedad, pero teniendo cuidado de fijar la vista en las cimas de los árboles del jardín de las Tullerías, para no ver la cara del monstruo (...).

(El Fantasma de la Ópera. Gaston Leroux)

Quiero y no quiero conocer a Erik, pero siento una atracción irresistible hacia él. Comme pour Paris...

3 comentarios:

María O.C. dijo...

Marta¡¡¡¡ ça va? jejejejej je suis desolée,,, mais j'ai besoin de dire que.......................... París sans toi , n'aurait pas eté la même chose.
Isch liebe dich
Ahhh¡¡¡ Je m'oublie, J'espere que nous nous trovions avec notre fantôme.... un jour¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Había una vez un gorrión que quiso ir a París a ver a una paloma. Un viejo buitre, conocido suyo, le enseñó el camino. El gorrión decidió ir cuando llegara el buen tiempo.
Pero cuando llegó la primavera el gorrión se dio cuenta que París estaba demasiado lejos y que había fantasmas y pensó que quizás París no vale una misa. Y el gorrión asustado no fue a París a ver a la paloma.
Quizás este cuento sea más largo y no sea exactamente así. Pero es tan triste que no quiero saberlo ni volver a leerlo. De pronto a mí, como al gorrión, me asustaron los fantasmas de París.

El viejo buitre.

Anónimo dijo...

Es que las palomas son malvadas y los gorriones pequeños e indefensos... la historia siempre se escribe así.
Probablemente el viejo buitre nunca tenía que haberle enseñado el camino al gorrión. Hace algunos años, el buitre pudo tomar sus propias decisiones, mejor o peor. Ahora, las decisiones no son del buitre. No lo son.
Yo no he visto los fantasmas de París, pero si el cuento hubiese tenido otra parte a lo mejor también a mí me hubieran asustado.
El viejo buitre ha preguntado más al gorrión que a la paloma.
Una paloma mala y completamente harta.